Era la mañana del día 20 del pasado mes de septiembre. Estaba en el coro después de la celebración de la misa, cuando me vi sorprendido por un estado de sosiego semejante a un dulce sueño… Mis sentidos internos y externos estaban en una quietud indescriptible. Se apoderó de mí una gran paz… Y, mientras ocurría esto, me vi ante un misterioso personaje, semejante a aquel que vi en la tarde del 5 de agosto. Solo se diferenciaba en que éste tenía los pies, las manos y el costado manando sangre abundante. Su vista me llenó de terror. Nunca sabré explicarme lo que sentí en aquellos momentos — San pío de pietrelcina y su ángel custodio. Pag, 15
Me sentía morir y habría muerto ciertamente, si el Señor no hubiese venido a sostenerme el corazón, que parecía que se iba a salir del pecho. La presencia del personaje desapareció y, entonces, me percaté de que mis manos, pies y costado estaban traspasados y arrojaban sangre a borbotones. La herida del corazón es la que despide de continuo sangre, en especial el jueves por la tarde hasta el sábado por la mañana… Padre mío, temo morir desangrado si el Señor no oye mis gemidos… ¿Me concederá Jesús esta gracia? ¿No quitará al menos de mí esta confusión que experimento por causa de estas señales externas?
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