365 DIAS CON EL PADRE PIO MES DE AGOSTO

1 de agosto
Hijas, vivid tranquilas; seguid el camino en el que Dios os ha puesto; y procurad con toda diligencia tener santamente satisfecho y contento a Jesús, que sufre por nuestro amor el abandono de su Padre, y por el cual Él, es decir, el Padre del cielo, ha querido que seáis acompañadas. Y, al igual que la abeja que elabora cuidadosamente la miel de la santa devoción, fabricad la cera de los trabajos domésticos; porque si uno de los componentes aporta dulzura al gusto de Cristo, que mientras vivió en el mundo se alimentó, come dice la escritura, de manteca y miel, el otro redunda en su mayor gloria, porque sirve para hacer las velas encendidas de la edificación del prójimo. Dios, que con especial cuidado os ha tomado de la mano, os guíe al puerto de la salvación eterna; confiemos en Él y no temamos.
(2 de enero de 1918, a Antonietta Vona, Ep. III, 832)

2 de agosto
Hay momentos en los que me parece morir; y en verdad es un milagro de la misericordia divina el que yo continúe viviendo. Muero en cada instante: me siento crucificado de amor. Debería, a pesar mío, resultarme delicioso pero, ¿qué quieres?; mi espíritu todavía está ávido de alimentos más ordinarios. Paso, sobre todo las noches, en brazos de una extrema angustia al ver la prueba que me pone en peligro de perder absolutamente todo.
Este período agudísimo de mortificación y de prueba, añadidas estas a las ya habituales, créeme, Raffaelina mía, con frecuencia me oprime y me siento como aplastado bajo peso tan enorme. A veces creo que es un castigo divino por mis innumerables infidelidades a la divina bondad de su divina Majestad, por lo que me parecen inútiles todas las oraciones. Por desgracia, yo merecería ser castigado, pero, ¿es posible que la piedad del Padre del cielo deba ser vencida por mi maldad? No, eso no sucederá nunca. ¡Viva Jesús! Él está con nosotros y nada hemos de temer.
(25 de marzo de 1915, a Raffaelina Cerase, Ep. II, 373)

3 de agosto
Desespero de todo, pero no de aquel que es vida, verdad y camino; y a Él le pido todo y en Él me abandono, porque Él fue y es todo para mí. ¡Ay de mí! ¡Bien mío!; yo sería todo tuyo para siempre si hubiera sabido doblegarme a tus atrayentes halagos; pero conviene que al fin me doblegue a lo que no querría doblegarme; conviene que me doblegue ante esta triste pero siempre verdadera verdad, que es la única y sola que se me ofrece: que tú quizá me debes faltar para siempre.
Padre mío, no me grite, estoy fuera de mí y me dejo llevar por lo que veo y siento. Los intentos vanos por aferrarme a lo que me dice mi guía y a la obediencia me llevan a una situación de verdadero temor y desánimo; aunque yo los rechazo de mí y los sofoco en su primer asalto.

4 de agosto
No cesaré de gritar pidiendo ayuda; pero, oh Dios, ¿esa mano paterna no ha sido inútil una vez más para este ciego de sempiterna muerte y ceguera? Guarde la ayuda, estoy por decirle, para quien sabe aprovecharla; siento muy fuerte el peso de la responsabilidad ante el valor de la misma. ¿Y la ayuda no es quizá inútil porque mi caso es realmente desesperado? Me confunde demasiado constatar que hay cada vez más contradicción entre la luz hostil que proyecta mi espíritu y aquella suave que me ofrece usted, mi guía.
Yo constato en mí esta verdad: que casi ya no tengo fuerza para mantener la lucha; me muero de hambre ante una mesa ricamente abastecida; me abraso de sed bajo la fuente de la que fluye el agua pura... ¿qué más? La luz me ciega antes de aclararme. ¿Cómo es posible? Estoy cansado de cansar al guía; y las ayudas y la sola obediencia me sirven de apoyo para no abandonarme a un abandono completo. En virtud de esta obediencia me decido a manifestarle lo que me aconteció desde el día cinco por la tarde y durante todo el seis del corriente mes.
(21 de agosto de 1918, al P. Benedetto da San Marco in Lamis, Ep. I, 1061)

5 de agosto
No soy capaz de describirle lo que tuvo lugar en este período de tan intenso martirio. Estaba confesando a nuestros muchachos la tarde del cinco, cuando de golpe me aterrorizó la vista de un personaje celeste, que se me presenta ante los ojos de la inteligencia. Tenía en la mano una especie de arnés, semejante a una larguísima lámina de hierro con una punta bien afilada, y parecía que de esa punta saliera fuego.
Ver todo esto y observar que dicho personaje arrojaba con toda violencia el dicho arnés en el alma fue todo uno. Emití con dificultad un lamento, me sentía morir. Le dije al muchacho que se retirara porque me sentía mal y no tenía fuerzas para continuar.
Este martirio duró, sin interrupción, hasta la mañana del día siete. Lo que yo sufrí en este luctuoso período no sabría expresarlo. Veía que hasta las entrañas quedaban desgarradas y estiradas tras aquel arnés, y que todo era pasado a hierro y fuego. Desde aquel día yo estoy herido de muerte. Siento en lo más íntimo del alma una herida que está siempre abierta y que me tiene en ansias continuamente.
¿No es este un nuevo castigo que me inflige la justicia divina? Juzgue usted cuánta verdad hay en esta afirmación y si no tengo todos los motivos para temer y vivir en una angustia extrema.
(21 de agosto de 1918, al P. Benedetto da San Marco in Lamis, Ep. I, 1061)

6 de agosto
¡Bien de mi alma!, ¿dónde estás? ¿Adónde has ido a esconderte? ¿Dónde encontrarte de nuevo? ¿Dónde buscarte? ¿No ves, Jesús, que mi alma, sea como sea, te quiere sentir?
(21 de agosto de 1918, al P. Benedetto da San Marco in Lamis, Ep. I, 1061)

Te busca por todas partes, pero no te dejas encontrar más que en la intensidad de tu furor, llenándola de grandísima turbación y amargura al darle a comprender qué es lo que ella te da y qué es lo que a ti te corresponde. ¡¿Quién puede expresar la gravedad de mi situación?! Lo que comprendo en el reflejo de tu luz no logro decirlo con palabras humanas; y, cuando intento decir alguna cosa tartamudeando, el alma se da cuenta de que se ha equivocado y de que lo dicho no corresponde en absoluto a la verdad de los hechos.
¡Bien mío!, ¿me has privado de ti para siempre? Tengo ganas de gritar y de lamentarme con toda mi voz, pero estoy muy débil y las fuerzas no me acompañan. Y, mientras tanto, ¿qué podré hacer que no sea elevar a tu trono este lamento: Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?...
(17 de octubre de 1918, al P. Benedetto da San Marco in Lamis, Ep. I, 1089)

7 de agosto
¡Mi alma está totalmente volcada en el cuadro evidente de mi miseria! ¡Dios mío!, que yo soporte tan triste espectáculo; que se retire de mí tu rayo de luz refleja, porque no resisto contraste tan evidente. Padre mío, yo veo toda mi maldad y mi ingratitud en todo su esplendor; veo agazapado a mi hombre viejo, herido en sí mismo, que parece querer devolver a Dios su ausencia, negándole todos sus derechos, cuando el dárselos es su obligación primera. ¡Qué fuerza se necesita para sacarlo de ahí! ¡Dios mío, ven pronto en mi ayuda, pues tengo miedo de mí mismo, pérfida e ingrata criatura para con su creador, que la protege de sus poderosos enemigos!
No supe aprovecharme de tus espléndidos favores; y ahora me veo condenado a vivir en mi impotencia, encorvado sobre mí mismo, extraviado, mientras tu mano me va aplastando cada vez con más fuerza. ¡Ay de mí! ¿Quién me librará de mí mismo? ¿Quién me sacará de este cuerpo de muerte? ¿Quién me tenderá una mano para que no me vea envuelto y engullido por el inmenso y profundo océano? ¿Tendré que resignarme a ser apresado por la tempestad que me acosa cada vez más? ¿Será necesario que pronuncie el hágase ante el misterioso personaje que me dejó totalmente llagado, y que no desiste en su dura, áspera, aguda y penetrante actuación, y que, sin dejar tiempo para que cicatricen las llagas antiguas, ya está abriendo sobre ellas otras nuevas con infinito desgarro de la pobre víctima?
¡Ay!, padre mío; ¡venga en mi ayuda, por caridad! Todo mi interior llueve sangre, y con frecuencia la mirada tiene que resignarse a verla correr también por fuera. ¡Ah!, ¡cese en mí este desgarro, esta condena, esta humillación, esta confusión! No tengo fuerzas para poder y saber resistir.
(17 de octubre de 1918, al P. Benedetto da San Marco in Lamis, Ep. I, 1089)

8 de agosto
En Roma vi un árbol que se dice fue plantado por el patriarca santo Domingo; muchos 120
van a verlo por devoción y lo acarician por amor a quien lo plantó. Del mismo modo yo, habiendo visto en vosotros el árbol del deseo de la santidad, que el mismo Dios ha plantado en vuestras almas, lo amo tiernamente. Al pensar en él, me alegro más ahora que cuando estabais aquí. Por eso, os exhorto a hacer lo mismo y a decir conmigo: Dios te conceda crecer, hermoso árbol plantado, semilla divina; quiera Dios hacerte producir tu fruto en abundancia. Cuando lo hayas producido, agrade a Dios preservarlo del viento molesto, que tira todos los frutos a tierra, donde las bestias indiscretas los van a devorar.
Mis queridísimos hijos, este deseo debe ser en vosotros como los naranjos del litoral de Génova que, por lo que cuentan los que los han visto, están casi todo el año llenos a la vez de frutos, de flores y de hojas. Porque vuestros deseos deben fructificar siempre, en todas las ocasiones que se os presenten de hacer algo a lo largo del día, sin cesar nunca de desear sus objetos y de ir más adelante. Y estos deseos son las flores del árbol de vuestros esfuerzos; las hojas son las repetidas aceptaciones de vuestras debilidades, las cuales sostienen tanto a las buenas obras como a los buenos deseos.
(18 de enero de 1918, a los novicios, Ep. IV, 366)

9 de agosto
Sí, mi alma está herida de amor por Jesús; estoy enfermo de amor; experimento de continuo la amarga pena de ese ardor que quema y no consume. Indíqueme, si puede, el remedio para el estado actual de mi alma.
He aquí una pobre descripción de lo que Jesús obra en mí. Como un torrente que arrastra consigo a la profundidad de los mares todo lo que encuentra en su curso, así mi alma, que se ha hundido en el océano sin orillas del amor de Jesús, sin ningún mérito y sin poder explicárselo, arrastra detrás de sí todos sus tesoros.
Pero, padre mío, mientras escribo, ¿adónde vuela mi pensamiento? Al hermoso día de mi ordenación. Mañana, fiesta de san Lorenzo, es también el día de mi fiesta. Ya he comenzado a experimentar de nuevo el gozo de aquel día sagrado para mí. Ya desde esta mañana he comenzado a gustar el paraíso... ¿Y qué será cuando lo disfrutemos eternamente? Voy comparando la paz del corazón que sentí aquel día con la paz del corazón que comienzo a experimentar de víspera, y no encuentro diferencia alguna.
El día de san Lorenzo fue el día en que encontré el corazón más encendido de amor por Jesús. ¡Qué feliz fui!, ¡cuánto gocé aquel día!
(9 de agosto de 1912, al P. Agostino da San Marco in Lamis, Ep. I, 297)

10 de agosto
Ahora comprenderás, mi buena hija, por qué el alma que ha elegido el amor divino no se puede quedar egoístamente en el Corazón de Jesús, sino que se siente abrasada también por la caridad hacia los hermanos, que con frecuencia hace que el alma se derrita de amor.
Pero, ¿cómo puede suceder todo esto? Hija, no es difícil entenderlo, ya que el alma, 
al no vivir ya de su propia vida y vivir de Jesús, que vive en ella, debe sentir, querer y vivir de los mismos sentimientos, deseos y vida que él vive en ella. Y tú sabes, mi queridísima hija, sabes, digo, aunque lo has aprendido tarde, de qué sentimientos y de qué deseos, hacia Dios y hacia la humanidad, estaba y está animado el Corazón de este divino Maestro.
Que se derrita también tu alma de amor a Dios y a los hermanos que nada quieren saber de él, porque aquí está el sumo gozo de Dios. Vive tranquila y que tu sufrimiento lo vivas en paz.
(31 de mayo de 1918, a las hermanas Campanile, Ep. III, 961)

11 de agosto
Espero que no esté lejos el día en que goces de una alegría de cielo, marchando a Asís, la ciudad toda franciscana, monumento elocuente del gran amor y de la infinita caridad del S. Padre S. Francisco. Sí, me auguro que un día no lejano me llegará la noticia de que te has arrodillado allí, en el pequeño y devoto templo de la Santa Porciúncula, ennegrecida por el paso de los años, donde, como cuenta la buena admiradora de la obra franciscana, la señora Henrion, los besos de los penitentes, a través de siete siglos de religiosa admiración, lo han pulido, como el mármol y el alabastro las toscas paredes. ¡Cómo late el corazón del memorioso peregrino que se detiene allí para orar con fervor! Cada oscuro ladrillo recoge la historia de miles y miles de almas que, en confiado abandono, han apoyado la cabeza y con ella las angustias de la vida.
El peregrino se arrodilla allí instintivamente; y, en el silencio divino, siente que aletea sobre él como una bendición suavísima. Y la infinita y dulce plegaria resuena y pasa desde hace siglos y pasará por los siglos: plegarias encendidas de amor de los santos, holocaustos de víctimas puras, lágrimas de redimidos. ¡Oh!, ¡qué grande y dulce es, en la Iglesia de Jesús, el dogma de la comunión de los santos! Esta es en verdad la puerta de la vida eterna, como está escrito en el frontispicio del pequeño y devoto templo de la P orciúncula.
(30 de diciembre de 1921, a Graziella Pannullo, Ep. III, 1087)

12 de agosto
Recordando las maravillas de aquellos tiempos, me viene a la memoria la querida primogénita del Seráfico Padre, allá, en el silencio profundo y solemne del austero refectorio, santa Clara, con sus hijas humildes y mortificadas, que, al ritmo de la pobreza, cantan las notas breves y claras de la renuncia y del sacrificio. Las hermanas se dirigen a sus puestos, elevan la mente al Señor y esperan en paz... Entonces la voz cristalina de la madre Sta. Clara entona el Benedicite. La mano virginal se eleva, lenta y solemne, para bendecir con gesto grave y milagroso.
En una ocasión, en el monasterio no había más que un solo pan, y era la hora de la comida. El hambre aguijoneaba el estómago de las pobres hermanas que, aun habiendo
triunfado de todo, no podían olvidar permanentemente las imperiosas necesidades de la vida. Sor Cecilia, la despensera, en el aprieto, recurrió a la santa abadesa, que le mandó que partiera el pan en dos mitades, que mandara una a los hermanos que cuidaban el monasterio, y que se quedara la otra; y esta que la partiera en 50 trozos, tantos como las hermanas; y que pusiera a cada una su parte en la mesa de la pobreza. Pero como la devota hija le respondiera que serían necesarios los antiguos milagros de Jesús para que un pan tan pequeño se pudiera partir en 50 porciones, la madre le repuso: hija mía, haz con confianza lo que yo te digo.
Se apresta la obediente hija a cumplir el mandato materno y la madre Clara se apresura a recurrir a Jesús con súplicas y piadosos suspiros en favor de sus hijas. Y, por gracia divina, el pequeño pan aumenta en las manos de la que lo parte, y toca a cada hermana una porción abundante.
(30 de diciembre de 1921, a Graziella Pannullo, Ep. III, 1087)

13 de agosto
En otra ocasión, a la sierva del Señor [santa Clara] le llegó a faltar el aceite, de tal forma que no podía ni preparar la comida para las hermanas enfermas. Entonces Sta. Clara, maestra de humildad, tomó ella misma el recipiente, lo lavó con sus manos, y lo colocó en el hueco del muro preparado para este fin, para que el hermano limosnero lo pudiera tomar. Después, lo llamó para que fuera en busca del aceite. El hermano Bentivenga se apresuró a remediar la necesidad de las hermanas pobres. Pero antes de que él llegara, el recipiente se encontró lleno de aceite, por la misericordia divina, que ya tenía la súplica de Sta. Clara, obediente al mandato del santo Padre [san Francisco] de preocuparse de sus pobres hijas. Y pensando el buen hermano que le habían llamado en balde, se lamentó: quizá estas hermanas me han llamado para burlarse de mí, porque la vasija está llena. Se buscó en los alrededores al que podría haber traído el aceite, pero no se encontró a nadie. De este modo el Señor venía milagrosamente en ayuda de aquellas que habían abandonado todo por Él, y se plegaba obediente a la voluntad de su esposa, que le rogaba con pureza y con esa fe que transporta los montes.
Pidamos también nosotros a nuestro querido Jesús la humildad, la confianza y la fe de nuestra querida Santa; como ella, oremos a Jesús con fervor; abandonémonos en él, alejándonos de este mentiroso aparato del mundo, donde todo es locura y vanidad, donde todo pasa; sólo Dios permanece para el alma, si esta ha sabido amarlo bien.
(30 de diciembre de 1921, a Graziella Pannullo, Ep. III, 1087)

14 de agosto
No temas si te sientes insensible en la meditación, en las oraciones, en todas las otras prácticas de piedad; si sientes que todavía estás atada a las criaturas; si experimentas todavía la lucha entre el hombre viejo y el hombre nuevo; si te ves rodeada de debilidades; porque, teniendo todo esto contra tu voluntad, no sólo no hay culpa en ello,
sino que es para ti fuente de merecimientos.
Estas son las pruebas del alma a la que Dios ama con predilección y a la que quiere
probar cuando la ve con las fuerzas necesarias para mantener el combate y tejerse con sus propias manos la corona de la gloria.
(Enero de 1919, a las hermanas Campanile, Ep. III, 989)

15 de agosto
¡La Virgen santísima, de la que hoy la Iglesia entera celebra su asunción al cielo, le conforte como siempre y le libre de todo peligro!
¿Quién podrá agradecerle como se merece las continuas informaciones, siempre óptimas, que hasta ahora me ha ido regalando? Me faltan las palabras adecuadas para hacerlo, pero el corazón lo suple todo.
Yo y las almas elegidas le acompañamos en todas partes con la oración fervorosa y continua a Jesús. Todos nosotros compartimos su situación amarguísima; todos nosotros vivimos de su misma vida; y todos esperamos con gemidos el felicísimo momento en que el dulcísimo Señor nos permita abrazarlo de nuevo.
¡Valor!, padre; ese día no tardará en llegar, y será cuando menos lo pensemos. Ese hermoso día está ya cerca; y felices las almas que podrán gritar con gozo: «Es el Señor quien lo ha hecho». Todos nosotros nos uniremos a ellas para cantar este cántico eterno de alabanza a Dios, porque ese día aparecerá «milagroso a nuestros ojos», por el triunfo de la justicia sobre la maldad.
Ese hermoso día que se aproxima no puede ser sino obra de solo Dios; y Dios lo realizará para resurrección de muchos y para triunfo de su gloria. ¡Demos gracias a Dios!
Todas las almas que usted bien conoce caminan «en santidad y justicia en presencia del Señor». Alabemos a Dios por todo esto.
(15 de agosto de 1916, al P. Agostino da San Marco in Lamis, Ep. I, 798)

16 de agosto
¿Qué puedo decirle acerca de mí? Soy un misterio para mí mismo; y, si resisto, es porque el buen Dios ha reservado la última y más segura palabra a la autoridad de esta tierra, de forma que no hay norma más segura que la voluntad y el deseo del superior. A esta autoridad me abandono como niño en los brazos de la madre; y espero y confío en Dios que no me equivocaré, aunque mi sentimiento me lleva a creer todo lo contrario.
Padre mío, ¿cuándo brillará el sol en el firmamento de mi alma? ¡Ay de mí!, me veo perdido en la alta y profunda noche que atravieso. Prefiero no hablarle de esto, pues es para mí algo sin importancia; y lo único que ansío es que venga Dios a darme el último golpe.
(15 de agosto de 1916, al P. Agostino da San Marco in Lamis, Ep. I, 798)

17 de agosto
¿Es que es dulce la amargura del amor y suave su peso, pues vas diciendo que, al sentir esa inmensa pasión, no tienes modo de soportarla? Es pequeño tu corazón, pero es capaz de dilatarse; y, cuando ya no pueda contener la grandeza del Amado y resistir su inmensa violencia, no temas; porque Él está dentro y fuera; y, al derramarse en el interior, sostendrá las paredes. Como concha abierta en el océano, tú beberás hasta saciarte y estarás rodeada de una abundancia muy superior a tu capacidad.
Dentro de poco ya no serás inexperta en los nuevos arrebatos del Amor, y sus asaltos ya no te resultarán insostenibles. Adiestrada ante sus conocidos dardos, lo llamarás a combate y lucharás, como Jacob con el ángel, sin ser nunca derribada.
(29 de julio 1920, a Girolama Longo, Ep. III, l031)

18 de agosto
Sea siempre bendito Dios, que sólo sabe obrar grandes maravillas en un alma siempre recalcitrante con Él, en un alma receptáculo de infinitas inmundicias: Él ha querido hacer de mí un ejemplo de gracia; me quiere poner como modelo ante todos los pecadores, para que nadie se desanime. Dirijan, pues, los pecadores sus miradas a mí, el mayor de los pecadores, y esperen en Dios.
Pecadores, fijad vuestra atención en mí, que soy un malvadísimo, y animaos a no desesperar de la salvación, porque el Señor no sólo me ha perdonado los pecados, sino que ha querido enriquecerme con las más preciosas gracias. (...)
Perdóname: es un loco de amor por su Dios el que te habla; él merece tu compasión. (16 de noviembre de 1914, a
Raffaelina Cerase, Ep. II, 226)

19 de agosto
Venga pronto el reino de Dios; santifique a su Iglesia este piadosísimo Padre; derrame abundantemente su misericordia sobre aquellas almas que hasta ahora no lo han conocido. Destruya el reino de Satanás; ponga en evidencia, para confusión de esta bestia infernal, todas sus malas artimañas; haga conocer a todas las almas las claves para engañar de este triste cosaco. Este tiernísimo Padre ilumine las inteligencias de todos los hombres y llame a sus corazones, para que los fervorosos ni se enfríen ni reduzcan la marcha en los caminos de la salvación; los tibios se enfervoricen; y aquellos que se le han alejado retornen a Él. Disipe también y confunda a todos los sabios de este mundo para que no combatan e impidan la propagación del Reino. En fin, que este Padre tres veces santo aleje de su Iglesia las divisiones que existen e impida que se produzcan otras nuevas, para que haya un solo redil y un solo Pastor. Centuplique el número de las almas elegidas; envíe muchos santos y doctos ministros; santifique a los actuales y haga que, por medio de ellos, retorne el fervor a todas las almas cristianas. Aumente el número de los misioneros católicos, porque, todavía de nuevo, nos tenemos que lamentar con el divino Maestro: «La mies es mucha y los trabajadores son pocos».
(8 de marzo de 1915, a

20 de agosto
Os exhorto, mis queridísimos hijos, a cuidar con todo empeño vuestros corazones. Procurad mantener la paz, controlando vuestro temperamento. Yo no digo, escuchad bien, mantened la paz, sino que os digo que procuréis mantenerla: que este sea vuestro deseo importante; y guardaos bien de que sea motivo de inquietud el no poder controlar la variedad de los sentimientos y de vuestro temperamento.
Aprended bien qué significa el claustro, para que no os llevéis a engaño. Es la academia de la necesaria corrección, en la que el alma debe aprender a dejarse trabajar, cepillar y pulir, para que, estando bien pulida y enderezada, pueda unirse y acoplarse a la voluntad de Dios. La contraseña evidente de la perfección es querer ser corregidos, porque este es el fruto principal de la humildad, que nos lleva a reconocer que necesitamos la corrección.
El claustro es un hospital de enfermos espirituales, que quieren ser curados; y, para conseguirlo, se someten a la sangría, al bisturí, a la navaja, al hierro, al fuego y a todos los inconvenientes de las medicinas. En la primitiva Iglesia, a los religiosos se les llamaba con un nombre que significa médico. Hijos míos, sed también vosotros médicos y no hagáis caso a lo que el amor propio os pueda sugerir en contra; y, dulce, amable y amorosamente, tomad esta decisión: o morir o curarse. Y, porque no se quiere morir espiritualmente, elegid la curación. Y, para curaros, aceptad sufrir los cuidados y la corrección, y suplicad a los médicos del alma que no os priven de ningún medio que os pueda alcanzar la curación. Sed siempre sinceros con el que tiene que curar vuestras enfermedades espirituales.
(18 de enero de 1918, a los novicios, Ep. IV, 366)

21 de agosto
Hace unos pocos días yo pensaba en lo que algunos dicen de las gaviotas, pequeñas aves que hacen sus nidos en la playa del mar. Construyen sus nidos de forma redonda y se comprende que el agua del mar no puede entrar en ellos. En la parte superior del nido hay una abertura, por la que pueden recibir el aire. Ahí las gaviotas alojan a sus crías, que pueden nadar con seguridad y flotar sobre las olas sin llenarse de agua ni sumergirse. El aire que se respira por la abertura sirve de contrapeso y de balanza, de tal forma que los pequeños remolinos nunca terminan por volcar el nido.
Mis queridísimos hijos, ¡cómo deseo que vuestros corazones sean de tal forma que, por los lados, estén bien cerrados, para que, si los golpes y las tempestades del mundo, de la carne y del demonio os sorprenden, no logren penetrar dentro! Y que no haya otra abertura que la de la parte del cielo, para aspirar y respirar a nuestro Señor Jesús.
Y este nido, hijos, ¿para quién estaría hecho si no para los polluelos de aquel que lo ha hecho todo por amor de Dios, llevado por sus inclinaciones divinas y celestes? Pero mientras las gaviotas construyen sus nidos y sus polluelos son todavía demasiado tiernos
para soportar los golpes de las olas, Dios cuida y se compadece de ellos, impidiendo al mar que los sumerja.
(18 de enero de 1918, a los novicios, Ep. IV, 366)

22 de agosto
Vive con humildad, con dulzura, y enamorada de nuestro Esposo celestial; y no te inquietes por no poder recordar todas tus pequeñas faltas para poderlas confesar. No, hija, no es oportuno afligirse por esto, porque, así como caes con frecuencia sin darte cuenta, del mismo modo, sin que te des cuenta, te levantas.
Recuerda que en el pasaje, sobre el que tantas veces hemos hablado, no se dice que el justo ve o se da cuenta de que cae siete veces al día, sino que cae siete veces al día; y, así como se cae siete veces, uno se levanta sin dedicarse a ello. No dejes, pues, que esto te inquiete; manifiesta con franqueza y humildad lo que recuerdes; y confíalo a la dulce misericordia de Dios, que pone su mano bajo aquellos que caen sin malicia, para que no se hagan mal ni resulten heridos; y los levanta y anima tan rápidamente que no se dan cuenta de que han caído, porque la mano divina los ha recogido al caer; ni tampoco de que se han levantado, porque han sido alzados con tal rapidez que ni han podido pensar en ello.
(18 de octubre de 1917, a las hermanas Campanile, Ep. III, 943)

23 de agosto
El viernes pasado me encontraba en la iglesia en la acción de gracias después de la misa, cuando de repente me sentí herir el corazón por un dardo de fuego tan vivo y ardiente que creí morir. Me faltan las palabras adecuadas para hacerle comprender la intensidad de aquella llama; soy absolutamente incapaz de poderme expresar. ¿Lo cree? El alma, víctima de estos consuelos, se vuelve muda. Me parecía que una fuerza invisible me sumergía totalmente en el fuego. Dios mío, ¡qué fuego! ¡Qué dulzura!
De estos transportes de amor he sentido muchos, y por diverso tiempo he quedado fuera de este mundo. Las otras veces había fuego, pero era menos intenso; esta vez, en cambio, un instante, un segundo más, y mi alma se habría separado del cuerpo... se habría marchado con Jesús.
¡Oh, qué hermoso es convertirse en víctima de amor!

24 de agosto
Por desgracia, tú tienes todos los motivos para asustarte si quieres afrontar la batalla con tus fuerzas; pero saber que Jesús no te deja ni un solo instante debe servirte de gran consuelo. El mismo Dios nos hace saber que él está con los afligidos y atribulados: «Con él estoy en la tribulación», que él se abaja hasta para secar las lágrimas de sus ojos.
Consuélate, pues, pensando que, después de estas tinieblas tan densas, resplandecerá el sol de un hermoso mediodía: contemplarás con esa luz a nuestro Esposo celestial con una mirada muy simple y pura. No quieras imaginar, mi querida hermana, que tú eres algo así como una abandonada por el Señor y que no existe salvación para ti. Rechaza ese sentimiento, que te viene de nuestro común enemigo.
(23 de enero de 1915, a Raffaelina Cerase, Ep. II, 304)

25 de agosto
Reza con constancia, y de ese modo vencerás a nuestros enemigos; humíllate bajo la poderosa mano del médico celestial y así, en el banquete nupcial que se celebrará, Jesús te hará sentarte en el primer lugar, pues es una promesa de Dios que quien se humilla será ensalzado.
Da siempre vivísimas gracias a Dios, por Jesucristo, y así te dispondrás adecuadamente para recibir otros favores del cielo; ya que, por el contrario, es natural que sea indigno de nuevos favores quien no se digna a recordar los que ha recibido.
(28 de septiembre de 1915, a Raffaelina Cerase, Ep. II, 500)

26 de agosto
La imaginación y el demonio querrían hacerte creer que ofendes continuamente a Dios y que te resistes siempre o casi siempre a las llamadas divinas. La gracia vigilante del Padre del cielo te tiene muy lejos de caer en semejante infidelidad. Convéncete de esto que te digo. Te garantizo que tales sentimientos no provienen sino de la imaginación y del demonio. Cuídate de darles importancia; ellos no miran a otra cosa que a enfriar en ti los sentimientos de afecto hacia el Esposo celestial, a conseguir que te dé fastidio la perfección cristiana porque la experimentas como difícil e imposible, y, lo que es peor, intentan de forma más directa anular y apagar cualquier sentimiento de devoción en tu corazón.
(15 de agosto de 1914, a Raffaelina Cerase, Ep. II, 153)

27 de agosto
¡Oh!, hija amadísima de Jesús, si estuviera en nuestra mano, caeríamos siempre y nunca estaríamos de pie; por eso, humíllate ante el pensamiento dulcísimo de estar en los brazos divinos de Jesús, que es el mejor de los padres, como un niño pequeño en los brazos maternos, y descansa tranquila, convencida de que eres llevada por donde encontrarás el mejor provecho. ¡¿Qué temor puede haber cuando se tiene la certeza de estar en brazos tan suaves, y cuando todo nuestro ser está consagrado a Dios?!
(29 de marzo de 1914, a Raffaelina Cerase, Ep. II, 60)

28 de agosto
El temor, que tú dices tener, a causa de los pecados cometidos, es ilusorio y un verdadero tormento que te lo provoca el demonio. Además, ¿acaso no los has confesado ya? Entonces, ¿por qué temes? Déjale a ese triste cosaco que se vaya de una vez, abre a Jesús tu corazón lleno de una santa e iluminada confianza, y cree que él no es aquel cruel justiciero que ese obrador de iniquidad te pinta, sino el Cordero que quita los pecados del mundo, intercediendo con gemidos inefables por nuestra salvación.
(29 de marzo de 1914, a Raffaelina Cerase, Ep. II, 60)

29 de agosto
Es equivocado querer convencerte de que, como tú dices, has sido rechazada por Jesús. ¡Oh!, confía en él y no temas; porque, además, no tienes motivo alguno para hacerlo. No es abandono, sino amor lo que te demuestra nuestro dulcísimo Salvador, y yo no tengo sentimientos adecuados para agradecer la bondad del Señor, que te trata y te protege amorosamente. El maligno quiere convencerte de que eres víctima de sus asaltos y del abandono divino. No le creas, porque quiere engañarte; desprécialo en nombre de Jesús y de su santísima Madre.
Y no te abandones jamás a ti misma; toda la confianza deposítala en sólo Dios, espera de Él toda fuerza y no desees orgullosamente ser liberada del estado presente; deja que el Espíritu Santo obre en ti. Abandónate a todas sus actuaciones y no temas. Él es tan sabio, suave y discreto como para no hacer más que el bien. ¡Qué gran bondad la del Espíritu Paráclito para todos, pero cuánto mayor para ti que lo buscas!
(29 de marzo de 1914, a Raffaelina Cerase, Ep. II, 60)

30 de agosto
Por voluntad de Dios, sigo todavía sintiéndome siempre mal de salud. Pero lo que más me martiriza son esos dolores fuertes y agudos en el tórax. En algunos momentos me producen molestias tan fuertes que me parece que hasta quieren despedazar la espalda y el pecho. Pero Jesús, de cuando en cuando, no deja de endulzar mis sufrimientos de otro modo: hablándome al corazón. ¡Oh!, sí, padre mío, ¡qué bueno es Jesús conmigo! ¡Oh!, ¡qué momentos tan preciosos son estos!; es una felicidad que no sé a qué compararla; es una felicidad que el Señor me da a gustar casi solamente en los sufrimientos.
En esos momentos, más que en ningún otro, todo en el mundo me aburre y me pesa; nada deseo fuera de amar y sufrir. Sí, padre mío, también en medio de tantos sufrimientos soy feliz, porque me parece sentir que mi corazón palpita con el de Jesús. Imagínese, pues, el inmenso consuelo de un corazón que sabe, casi con certeza, que posee a Jesús.

31 de agosto

Es verdad que las tentaciones a las que me veo sometido son muchísimas; pero confío en la divina providencia que no caeré en los lazos del tentador. Es verdad también que Jesús con mucha frecuencia se esconde, pero, ¡qué importa! Yo, ayudado por usted, buscaré seguir siempre cerca de Jesús, pues usted me ha asegurado que no son abandonos sino bromas de amor.
¡Oh!, ¡cómo desearía en esos momentos tener a alguien que me ayudara a moderar las ansias y las llamas que inquietan mi corazón en esos momentos!
(4 de septiembre de 1910, al P. Benedetto da San Marco in Lamis, Ep. I, 197)

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