¡Oh, feliz compañía, si supiésemos comprenderla!

Tenlo siempre delante de los ojos de la mente, acuérdate frecuentemente de su presencia, agradéceselo. Ábrete y confíale todos tus sufrimientos. Ten constante temor de ofender la pureza de su mirada. Él es tan delicado ¡y tan sensible! Pídele ayuda en los momentos de suprema angustia y experimentarás sus benéficos efectos. No digas nunca que estás sola para luchar contra tus enemigos. Nunca digas que no tienes a quién abrirte y confiarte. Sería una grave ofensa a este mensajero celeste. — San Pío de Pietrelcina y su Ángel Custodio. Pag, 40










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