1 de mayo
El alma llamada a la gloria eterna bien puede considerarse una piedra destinada a levantar
el edificio eterno. Un albañil que quiere levantar una casa debe comenzar por pulir las
piedras que han de formar parte de la composición de la casa; y todo esto lo consigue a
golpes de martillo y de cincel. De la misma manera actúa el Padre del cielo en las almas
elegidas, las que desde la eternidad fueron destinadas por su suma sabiduría y
providencia a componer el edificio eterno.
Por tanto, el alma destinada a reinar con Jesucristo en la gloria eterna debe ser pulida
a golpes de martillo y de cincel. Pero estos golpes de martillo y de cincel, de los que se
sirve el artista divino para preparar las piedras, es decir, el alma elegida, ¿cuáles son?
Hermana mía, estos golpes de cincel son las sombras, los temores, las tentaciones, las
aflicciones de espíritu, los temblores espirituales con algún aroma de desolación y
también de malestar físico.
Da gracias, pues, a la infinita piedad del Padre eterno, que así está tratando tu alma,
porque está destinada a la salvación.
(19 de mayo de 1914, a
Raffaelina Cerase, Ep. II, 87)
2 de mayo
El apóstol predilecto, san Juan, vio en su Apocalipsis al Cordero de Dios, que estaba
rodeado de una gran multitud de almas, que lo seguían adondequiera que él fuera. Y
estas almas, dice, eran vírgenes: «Virgines enim sunt»; y seguían al Cordero de Dios
adondequiera que fuera: «Et sequuntur Agnum quocumque ierat». Por lo tanto, sólo las
almas vírgenes tienen la feliz condición de rodear al Cordero; y sólo las almas vírgenes lo
seguirán adondequiera que vaya.
Pero aquellas almas que no aman su virginidad no son vírgenes más que en
apariencia, al tener su corazón comprometido. Estas no son aquellas de las que se ha
dicho: «La mujer no casada y la virgen piensan en las cosas del Señor, a fin de ser santas
de cuerpo y espíritu»; pero, ¿cómo pueden tener cuidado de las cosas del Señor, si no
aman ni siquiera su virginidad?
¡Oh!, hijita mía, esto te lo he dicho ahora no para ponerte una trampa, no, sino para
tu bien; te he dicho esto por lo que tiene de honesto y porque da la posibilidad de servir
al Señor sin ningún impedimento. Alabado sea Dios que te ha concedido este querido y
santo amor; hazlo crecer cada día más y te crecerá también el consuelo; y, porque todo
el edificio de tu bienaventuranza está sostenido por estas dos columnas, mira, al menos
una vez al día, con alguna meditación o algún pensamiento, si tanto la una como la otra
están debilitadas.
Y si te agrada repetir esta misma meditación o devota reflexión más veces al día, no te
será inútil; y digo «si te agrada», porque quiero que, en todo y para todo, tengas santa
libertad de espíritu en orden a los medios de perfección, y para que las dos columnas las
tengas sólidas y estables, no importa el cómo.
(27 de enero de 1918, a
Erminia Gargani, Ep. III, 703)
3 de mayo
Recuerda la bondad del Señor con la que te ha tratado hasta el presente. Él continuará su
obra de perfeccionamiento para provecho tuyo; Él continuará derramando en ti a manos
llenas el aceite, no sólo de su misericordia, que te alegrará, sino también de su virtud, que
te hará fuerte para luchar con éxito: pues es sabido que los luchadores se ungen sus
cuerpos con aceite para ser más ágiles, más flexibles y más robustos.
Vive tranquila, pues la piedad divina no fallará, y mucho menos te fallará a ti, si te
muestras dócil a sus divinas actuaciones. ¡Ea!, Raffaelina, no seas avara con este médico
celestial; por caridad, no le hagas esperar todavía más. También a ti te va repitiendo:
«Praebe cor tuum», dame tu corazón, hija mía, para derramar en él mi aceite. Por
caridad, ¡que no caiga en el olvido semejante invitación de un padre tan tierno! Ábrele,
pues, con confiado abandono la puerta de tu corazón; no quieras renunciar al manantial
precioso de su aceite, para que no tengas que ir a buscar este aceite de su misericordia en
el momento de la muerte, como las vírgenes necias del Evangelio, porque entonces no
encontrarás a nadie que te lo dé.
(4 de agosto de 1915, a
Raffaelina Cerase, Ep. II, 470)
4 de mayo
Sí, mantente en vida unida siempre a Jesucristo que agoniza y sufre en el huerto de los
olivos, y, participando de este modo de la unción de su gracia y del alivio de su fuerza, te
encontrarás en ese mismo huerto de los olivos el día de tu muerte, para participar del
gozo de su ascensión y de la gloria. (…)
Aprende, pues, a sufrir todo cristianamente y no temas, porque ningún sufrimiento,
por muy bajo que sea el motivo del mismo, resultará sin mérito para la vida eterna.
Confía y espera en los méritos de Jesús, y de este modo la humilde arcilla se
transformará en oro finísimo, que resplandecerá en el reinado del monarca celestial.
(4 de agosto de 1915, a
Raffaelina Cerase, Ep. II, 470)
5 de mayo
La Virgen Inmaculada ya se ha complacido en la flor espiritual que le has ofrecido por
medio de mis manos. Nuestra buena Madre la ha encontrado, sí, en verdad un poco
marchita, a causa del rocío bastante frío que le cayó encima; pero es un defecto muy
leve, y tú debes hacer que recobre toda su frescura con el calor de la caridad.
Sí, querida mía, nunca nada te debe parecer demasiado en esta virtud y, aunque yo te
veo bastante adelante en ella, sin embargo no ceso nunca de añadir mis exhortaciones
para que abundes cada día más en la caridad, ya que es la virtud preferida y muy
recomendada por el divino Maestro. De esta virtud él quiso hacer un precepto para todos
sus seguidores, un precepto suyo propio y del todo nuevo, desconocido para la mayor
parte de nuestros antiguos padres de la antigua alianza.
(12 de diciembre de 1914, a
Raffaelina Cerase, Ep. II, 261)
6 de mayo
¡Oh!, hijita mía, qué amargo es el pensamiento de tener que rendir cuenta a Dios de los
pecados hechos cometer a otros por una equivocada dirección; y también del mayor bien
no promovido en las almas por mi ignorancia; y Dios no quiera que sea también por mi
negligencia o, peor todavía, por mi malicia, aunque involuntaria. ¡Ah!, hija mía, reza y
reza mucho por esta finalidad, junto con las otras almas unidas a nosotros en un mismo
espíritu delante del Señor.
No puedes imaginar qué sufrimiento es para mí este temor, que está siempre clavado
ahí, en la punta más alta del espíritu, y que me hace agonizar cada instante. Mil muertes,
las más dolorosas, serían para mí muy poca cosa ante esta nueva cruz que me envía
Dios y que –no me hago ilusiones– me acompañará hasta la muerte.
Sé también que esta espina es la que me consumirá lentamente, porque me doy
cuenta de que no es propiamente una tentación sino un querer expreso de Dios (…).
Todos mis esfuerzos no sirven ni para alejar ni para disminuir esta afiladísima espina,
que no me deja libre ni por un instante. Con esta espina en el alma, cualquier consuelo
me es indiferente; cada acto de bondad me resulta un tormento; las ocupaciones,
aburridas; las distracciones son para mí un atroz martirio; la vida misma me pesa y me es
amarga. Pienso en ella, sin quererlo, porque la siento de continuo durante el día y la
tengo presente en el alma en mis sueños por la noche. Ella es mi primera angustia y el
primer pensamiento al despertarme; es la última realidad con la que y sobre la que me
duermo.
(15 de abril de 1918, a
Girolama Longo, Ep. III, 1021)
7 de mayo
¡Qué bueno es el Señor con todos; pero se muestra mucho más bondadoso con el que
tiene verdaderos y sinceros sentimientos de agradarle en todo y de esperar que se
cumplan en Él los divinos deseos!
Aprende, de modo muy especial tú, a descubrir y a adorar la divina voluntad en todos
los acontecimientos humanos. Repite con frecuencia las divinas palabras de nuestro
queridísimo Maestro: «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo». Sí, que esta
bella exclamación esté siempre en tu corazón y en tus labios en todos los momentos de tu
vida. Repítela en las aflicciones; repítela en las tentaciones y en las pruebas a las que
Jesús quiera someterte; repítela también cuando te sientas sumergida en el océano del
amor de Jesús. Ella será tu ancla y tu salvación. No temas al enemigo; él no intentará
nada contra la navecita de tu espíritu, porque el timonel es Jesús y la estrella es María.
(6 de febrero de 1915, a
Annita Rodote, Ep. III, 54)
8 de mayo
Mi corazón está rebosante de alegría y se siente cada vez más fuerte para aceptar
cualquier sufrimiento, siempre que se trate de agradar a Jesús.
Pero es también verdad que el demonio no puede darse descanso al hacerme perder la
paz del alma y debilitarme en la gran confianza que tengo en la misericordia divina. Y se
esfuerza por conseguirlo, sobre todo por medio de las continuas tentaciones contra la
santa pureza, que va suscitando en mi imaginación, y a veces también ante la simple vista
de cosas, no digo santas, pero al menos indiferentes.
Siguiendo su consejo, me río de todo esto como de cosas de las que no hay que
preocuparse. Pero lo que en ciertos momentos me hace sufrir es el no estar seguro de si,
ante el primer asalto del enemigo, he estado listo para resistir. Es cierto que, al
examinarme en este momento, preferiría la muerte antes que ofender deli Frankfurt
beradamente a mi querido Jesús con un solo pecado, aunque fuera leve.
(17 de agosto de 1910, al P. Benedetto
da San Marco in Lamis, Ep. I, 195)
9 de mayo
Jesús te haga cada vez más grata a él y más semejante en los caminos del dolor. María,
la madre de Jesús y madre nuestra, te conceda entender todo lo que encierra el gran
secreto del dolor, cristianamente soportado, y te obtenga también toda la fuerza para
poder subir hasta la cima del Calvario, llevando la propia cruz.
Es verdad que, para recorrer este camino, se necesita mucha fuerza; pero, ¡coraje!; el
Salvador no permitirá nunca que decrezca su ayuda hacia ti. Por tanto, apresurémonos a
unirnos, a mezclarnos, a todas esas almas piadosas y fieles que van junto al divino
Maestro. Apresurémonos, digo, para no quedar demasiado atrás en esta santa comitiva;
mantengámonos siempre unidos a ella; no la perdamos nunca de vista; que no escape
nunca de nuestra vista, porque no la podremos alcanzar, y nos veremos privados de esos
tesoros secretos de bien que sólo se encuentran ahí, y excluidos del gozo eterno que sólo
en ella y por ella se llega a poseer.
(4 de agosto de 1915, a
Raffaelina Cerase, Ep. II, 470)
10 de mayo
Santidad quiere decir ser superiores a nosotros mismos, quiere decir victoria perfecta
sobre todas nuestras pasiones, quiere decir despreciarnos verdadera y constantemente a
nosotros mismos y a las cosas del mundo, hasta preferir la pobreza a la riqueza, la
humillación a la gloria, el dolor al placer. La santidad es amar al prójimo como a nosotros
mismos y por amor a Dios. La santidad, en este punto, es amar también a quien nos
maldice, nos odia, nos persigue, incluso hasta hacerle el bien. La santidad es vivir
humildes, desinteresados, prudentes, justos, pacientes, caritativos, castos, mansos,
trabajadores, observantes de los propios deberes, no por otra finalidad que la de agradar
a Dios, y para recibir sólo de Él la merecida recompensa.
En síntesis, según el lenguaje de los libros sagrados, la santidad, oh Raffaelina, posee
en sí la virtud de transformar al hombre en Dios.
(30 de diciembre de 1915, a
Raffaelina Cerase, Ep. II, 541)
11 de mayo
En torno a tres grandes verdades es necesario orar de modo especial al Espíritu Paráclito
para que nos ilumine, y son: que nos haga conocer cada vez mejor la excelencia de
nuestra vocación cristiana. Ser preferidos, ser elegidos entre una muchedumbre, y saber
que esta predilección, que esta elección, ha sido hecha por Dios, sin ningún mérito
nuestro, desde la eternidad, «ante mundi constitutionem», con el único objetivo de que
seamos suyos en el tiempo y en la eternidad, es un misterio tan grande, y al mismo
tiempo tan dulce, que el alma, por poco que lo penetre, no puede sino derretirse toda en
amor.
En segundo lugar, pidamos que nos ilumine cada vez más sobre la inmensidad del
premio eterno al que la bondad del Padre celestial nos ha destinado. La penetración de
nuestro espíritu en este misterio aleja al alma de los bienes terrenos y nos vuelve ansiosos
por llegar a la patria celestial.
Oremos, por fin, al Padre de las luces que nos haga comprender cada vez más el
misterio de nuestra justificación, que de miserables pecadores nos lleva a la salvación.
Nuestra justificación es un milagro inmensamente grande que la sagrada escritura
compara con la resurrección del divino Maestro.
(23 de octubre de 1914, a
Raffaelina Cerase, Ep. II, 197)
12 de mayo
La justificación de nuestra impiedad es tal que bien puede decirse que Dios ha mostrado
más su poder en nuestra conversión que al crear de la nada el cielo y la tierra; ya que
existe mayor oposición entre el pecador y la gracia, que entre la nada y el ser. La nada
está menos alejada de Dios que el pecador. En efecto, la nada, siendo la privación del
ser, no tiene capacidad alguna para resistirse a la voluntad de Dios, mientras que el
pecador, siendo un ser y un ser libre, puede oponerse a todos los deseos divinos; además,
en la creación se trata del orden natural; en cambio, en la justificación del impío, se trata
del orden sobrenatural y divino.
¡Oh!, ¡si todos comprendiéramos de qué extrema miseria e ignominia nos ha sacado la
mano todopoderosa de Dios! ¡Oh!, ¡si pudiéramos penetrar durante un solo instante lo
que deja estupefactos incluso a los mismos espíritus celestiales; es decir, el estado al que
nos ha elevado la gracia de Dios para ser nada menos que sus hijos, destinados a reinar
con su Hijo por toda la eternidad!
Cuando al alma humana se le conceda penetrar esta realidad, no podrá menos de vivir
una vida totalmente celestial. ¡Triste condición la de la naturaleza humana! Cuántas veces
el Padre del cielo querría descubrirnos sus secretos y no puede hacerlo porque, a causa
de nuestra malicia, nos hemos vuelto incapaces para ello. Quiera el Señor poner fin a
tanta flacura y a tanta miseria. Termine de una buena vez el reino de Satanás y triunfe en
todas partes la justicia.
En nuestras meditaciones, volvamos con frecuencia a las verdades aquí expuestas,
para que de este modo nos encontremos más fuertes en la virtud y más nobles en
nuestros pensamientos.
(23 de octubre de 1914, a
Raffaelina Cerase, Ep. II, 197)
13 de mayo
La primera y principal máxima que debes grabar en tu mente es esta: obediencia y
siempre obediencia, y a ella someterte enteramente. Por tanto, en tus actuaciones tú no
debes razonar; y, ante cualquier duda que te asalte, sigue adelante sin angustiarte, y aleja
todo apoyándote en la santa obediencia. Jesús estará siempre contento de cualquier obra
tuya. Evita sólo aquello que tú sabes claramente que es pecado. Sólo esto no cae bajo la
obediencia. Y recuerda bien que yo he dicho que Jesús estará siempre contento de
cualquier acción tuya porque, cuando tu voluntad habitual es la de agradar a Dios –y esta
voluntad yo te he asegurado, y te aseguro ahora de nuevo que tú la tienes–, cada acción
le será grata, y a ti no debe importarte si tú no lo ves con tu inteligencia. Jesús mira tu
voluntad, que es la de querer agradarle siempre. Por tanto, hijo mío, no te preocupes
ante las dudas o los temores; que te sea suficiente saber, por la palabra de la autoridad,
que Jesús está contento de tu acción. Una de dos: ¡o se equivoca la autoridad o te
equivocas tú! ¿La conclusión?...
Ahora bien, es indudable que tú, queriéndote persuadir de lo contrario, estarás
siempre equivocado. La verdad no está de tu parte, sino de parte del que te habla en
nombre de Dios. ¿Qué más quieres, hijito mío, de un Dios que desciende hasta la broma
ingenuamente santa? Entonces, ningún temor en tus relaciones con Dios; resignación,
paciencia y un día verás la luz completa e indefectible.
(25 de noviembre de 1917,
a Luigi Bozzuto, Ep. IV, 403)
14 de mayo
Sospecha de todos aquellos deseos que, a juicio de las almas prudentes y piadosas, no
pueden alcanzar sus objetivos. Entre ellos hay que colocar los deseos de aquella
perfección cristiana, que puede ser perfectamente imaginada pero nunca practicada, y
sobre la que muchos dan buenas lecciones pero nadie la lleva a la práctica. Y, del mismo
modo, abandona también la duda que me manifestaste en relación con lo que dices que
has leído en los libros. Reflexiona seriamente en la vanidad del espíritu humano,
propenso a equivocarse y turbarse en sí mismo; porque te aseguro que de esta
consideración deducirás fácilmente lo que tantas veces te he dicho: que los trabajos
internos que has tolerado y de los que aún queda en ti algún residuo han sido provocados
en ti por una multitud de consideraciones y deseos producidos por esa gran ansiedad de
llegar cuanto antes a aquella perfección imaginada, que tú equivocadamente te habías
formado. Tu imaginación había formado en tu espíritu una idea de perfección absoluta, a
la que tu voluntad quería llegar. Pero, ¿qué sucedió? Tú bien lo sabes. La voluntad,
asustada ante la gran dificultad e imposibilidad, quedó embarazada pero sin poder dar a
luz; y por eso iba multiplicando los deseos inútiles, que, como moscones, devoraron la
miel del panal; y los buenos y verdaderos deseos permanecieron hambrientos de
consuelo. Fue estupendo para ti que el buen Dios tuviera compasión de tu alma y te
liberara de ellos a tiempo y por medio del guía al que te confió.
(25 de noviembre de 1917,
a Luigi Bozzuto, Ep. IV, 403)
15 de mayo
La virtud de la paciencia es la que nos asegura, más que ninguna otra, la perfección; y, si
conviene practicarla con los demás, hay que tenerla no menos con uno mismo. El que
aspira al puro amor de Dios no necesita tanto tener paciencia con los demás cuanto
tenerla consigo mismo. Para conquistar la perfección, se necesita tolerar las propias
imperfecciones. Digo tolerarlas con paciencia y no ya amarlas o acariciarlas. Con este
sufrimiento crece la humildad. Para caminar siempre bien, es necesario, mi queridísimo
hijo, aplicarse con diligencia a recorrer bien aquel trozo de camino que está más cerca y
que es posible recorrer, hacer bien la primera jornada, y no perder el tiempo deseando
hacer la última cuando todavía no se ha hecho la primera.
Muchísimas veces nos detenemos tanto en el deseo de ser ángeles del paraíso que
descuidamos ser buenos cristianos. Con esto no quiero decir o significar que no sea
oportuno para el alma poner muy alto su deseo, pero sí que no se puede desear o
pretender alcanzarlo en un día, porque esta pretensión y este deseo nos fatigarían
demasiado y para nada. Nuestras imperfecciones, hijito mío, nos han de acompañar
hasta la tumba. Es cierto que nosotros no podemos caminar sin tocar tierra; pero es
verdad también que, si no nos tenemos que tumbar o mirar a otro lado, tampoco hay que
pensar en volar, porque en las vías del espíritu somos como pequeños pollitos, a quienes
todavía no les han salido las alas.
(25 de noviembre de 1917, a
Luigi Bozzuto, Ep. IV, 403)
16 de mayo
Nuestra vida terrena se va muriendo poco a poco en nosotros; de igual modo es
necesario hacer morir en nosotros nuestras imperfecciones. Imperfecciones, es cierto,
que para las almas piadosas que las sufren, pueden ser también fuentes de mérito y
motivos poderosos para adquirir virtudes; porque, a través de esas imperfecciones,
conseguimos conocer cada vez mejor el abismo de miseria que somos; y ellas nos
impulsan a ejercitarnos en la humildad, en el desprecio de nosotros mismos, en la
paciencia y en el esfuerzo.
Hijo mío, yo no sé qué impresión producirá en tu alma esta pobre carta, pero todo lo
he escrito al pie del crucifijo. He sentido muy fuerte en mi corazón el impulso de
escribirte lo que te he escrito, porque he juzgado que una gran parte de tu mal pasado ha
estado motivado por haber hecho grandes proyectos y, viendo después que los resultados
eran pequeñísimos y que las fuerzas eran insuficientes para poner en práctica aquellos
deseos, aquellos planes y aquellas ideas, fuiste atormentado por angustias e impaciencias,
inquietudes y turbaciones de la mente y del corazón. De aquí nacieron en tu corazón
todas aquellas desconfianzas, languideces, ruindades y faltas. Y si todo esto es verdad,
como por desgracia lo es en realidad, sé más prudente de aquí en adelante, camina
pisando tierra, porque el alto mar te produce vértigos y te provoca mareos.
(25 de noviembre de 1917, a
Luigi Bozzuto, Ep. IV, 403)
17 de mayo
Mantente, hijo mío, cerca, muy cerca de los pies de Jesús con la Magdalena; conténtate
con practicar aquellas pequeñas virtudes que son más adecuadas a tu edad y a tu espíritu.
A un comerciante al por menor se le confía, no una canasta grande, sino una pequeña.
Te recomiendo, porque es propia de tu edad, la santa sencillez, con la que se
conquista el corazón de Jesús. No tengas miedo de esos peligros que ves de lejos, como
tú me escribes, y sobre los que hemos tratado de palabra largamente en diversas
ocasiones. Te parece a ti que son ejércitos, y no son otra cosa que sauces con muchas
ramas y que, al caminar, corres el peligro de engañarte, hasta que los tienes ante tu vista.
Ten, hijito mío, un firme y general propósito de querer servir y amar a Dios con todo
tu corazón; y, fuera de esto, que no te inquiete ningún pensamiento del futuro. Piensa en
obrar bien en el día presente y, cuando llegue el día de mañana, entonces se llamará hoy,
y entonces será el momento de pensar en él.
Ten siempre una gran confianza y resignación en la divina providencia; y no trates de
hacer más provisiones de maná que las que necesites para el día presente; y no dudes de
que Dios lo hará llover al día siguiente, y así sucesivamente todos los días de tu vida.
(25 de noviembre de 1917, a
Luigi Bozzuto, Ep. IV, 403)
18 de mayo
Lo que este santo apóstol [Pablo] considera más importante es la caridad, y, por eso, la
recomienda vivamente, más que cualquier otra virtud, y quiere que esté presente en
todas las acciones, pues es la única y sola virtud que constituye la perfección cristiana:
«Y por encima de todo esto –dice él–, conservad, tened la caridad, que es el vínculo de
la perfección».
Mira: él no se contenta con recomendarnos la paciencia, el soportarnos mutuamente,
también estas virtudes nobles; pero no, él quiere la caridad y con mucha razón, porque
puede darse muy bien que uno soporte pacientemente los defectos de los otros, perdone
incluso las ofensas recibidas; y todo puede ser sin mérito, cuando se ha hecho sin
caridad, que es la reina de las virtudes y que las incluye a todas.
Por tanto, hermana mía, tengamos en gran aprecio esta virtud, si queremos encontrar
misericordia en el Padre del cielo. Amemos la caridad y pongámosla en práctica, es la
virtud que nos constituye en hijos de un mismo Padre que está en los cielos; amemos y
practiquemos la caridad, siendo este el precepto del divino Maestro: en esto nos
diferenciaremos de la gente, si amamos y practicamos la caridad; amemos la caridad y
huyamos hasta de la sombra de lo que de algún modo podría ofuscarla; sí, por fin,
amemos la caridad y tengamos siempre presente la gran enseñanza del Apóstol: «Todos
nosotros somos miembros de Cristo Jesús», y que solamente Jesús es «la Cabeza de
todos nosotros, sus miembros». Mostrémonos amables mutuamente y recordemos que
todos hemos sido llamados a formar un solo cuerpo, y que, si conservamos la caridad, la
hermosa paz de Jesús triunfará siempre exultante en nuestros corazones.
(16 de noviembre de 1914, a
Raffaelina Cerase, Ep. II, 226)
19 de mayo
Sobre los medios adecuados para conseguir la perfección del cristiano, el apóstol [Pablo]
propone dos poderosísimos: el estudio continuo de Dios y el hacer todo para su gloria.
En cuanto al primer medio, escribe en Colosenses: «La palabra de Cristo habite en
vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantad
agradecidos himnos y cánticos inspirados».
La doctrina de este Apóstol es clara; no tiene necesidad de comentarios. Si el cristiano
se llena de la ley de Dios, que le advierte y le enseña a despreciar el mundo y sus
lisonjas, las riquezas, los honores y todo lo que impide amar a Dios, no será derrotado
nunca, suceda lo que suceda; todo lo soportará con perseverancia y con una santa
constancia; y perdonará fácilmente todas las ofensas, y por todo dará gracias a Dios.
Además, el Apóstol quiere que la ley de Dios, la doctrina de Jesús, esté en nosotros,
habite abundantemente en nosotros. Ahora bien, todo esto no se puede tener si no es
leyendo asiduamente la sagrada escritura y aquellos libros que tratan de las cosas de
Dios; o escuchándola de los oradores sagrados, confesores, etc.
Finalmente, el Apóstol quiere que el cristiano no se contente simplemente con saber la
ley divina, sino que quiere que profundice el sentido, como para poder orientarse bien.
Todo esto no se puede alcanzar sin una frecuente meditación de la ley de Dios, mediante
la cual el cristiano, exultando de gozo, irrumpe con el corazón en dulces cánticos de
salmos y de himnos a Dios. De esto deduce el cristiano, que tiende a la perfección, qué
importante es la necesidad de la meditación.
En relación con el otro medio, es decir, el del hacer todo para gloria de Dios,
escuchemos la enseñanza del Apóstol: «Y todo cuanto hagáis –dice él–, de palabra o de
obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesucristo, dando gracias por su medio a Dios
Padre».
Con este simple medio, practicado fielmente, no sólo nos mantenemos alejados de
todo pecado, sino que nos sentiremos impulsados en todo momento a tender siempre a
una perfección mayor.
(16 de noviembre de 1914, a
Raffaelina Cerase, Ep. II, 226)
20 de mayo
Yo no tengo palabras ni sentimientos apropiados para agradecer la bondad del Señor que
tan amorosamente te trata y te protege. Veo con claridad, mi buena hijita, que Él te ha
elegido para que estés muy cerca de Él, si bien es cierto que no tienes ningún mérito para
ello. Ahora bien, puedes estar segura de que Él quiere poseer totalmente tu corazón, y de
que lo desea traspasado de dolor y de amor como el suyo. La enfermedad, los
sobresaltos del corazón, las caricias, los arrobamientos, las tentaciones, las arideces y las
desolaciones son pruebas de su inefable caridad; y, cuando el maligno te quiere
convencer de que eres víctima de sus asaltos o del abandono de Dios, no le creas,
porque lo que te dice es mentira y quiere engañarte.
No es verdad que tú peques; no es verdad que disgustas al Señor; y por eso no es
verdad que el Señor no haya perdonado tus culpas y tus desvíos del pasado.
La gracia divina está contigo y tú eres muy querida por el Señor. Como consecuencia,
las sombras, los temores, las persuasiones contrarias a lo que te indico son artimañas
diabólicas, que debes despreciar en nombre de la santa obediencia.
(15 de abril de 1918, a
Girolama Longo, Ep. III, 1021)
21 de mayo
Da, pues, curso libre a las lágrimas, porque esta es una obra de Dios; y no te amargues
por lo que puedan imaginar los presentes. Los sobresaltos que sufres en el corazón son
también queridos por Dios, y Él los quiere para que su misericordia te haga más grata a
Él; y quiere que te asemejes a su amado Hijo en las angustias del desierto, del huerto y
de la cruz. (…)
El único consejo que puedo darte es que te atengas de forma estricta a cuanto te he
dicho en el Señor, y que no hagas otra cosa que lo que el Espíritu Santo desea hacer en
ti. Abandónate a sus actuaciones y no temas; Él es tan discreto, sabio y suave como para
no hacer más que el bien.
Los gozos internos, sobre todo si van acompañados del dulce y profundo sentimiento
de humildad, no deben despertar sospecha alguna en ti, y hay que ensanchar el corazón y
recibirlos.
(15 de abril de 1918, a
Girolama Longo, Ep. III, 1021)
22 de mayo
Une tu corazón al corazón de Jesús y sé siempre sencilla de corazón, como lo quiere él.
Esfuérzate por imitar la sencillez de Jesús, teniendo alejado el corazón de las prudencias
terrenales, de los artificios carnales. Procura tener una mente siempre pura en sus
pensamientos, siempre recta en sus ideas y siempre santa en sus intenciones; y también
una voluntad que no busque otra cosa más que a Dios, su complacencia, su gloria y su
honor.
Reflejémonos, querida mía, en Jesús, que lleva una vida escondida. Toda su infinita
majestad está escondida entre las sombras y el silencio de aquel modesto taller de
Nazaret. Por tanto, esforcémonos también nosotros por llevar una vida profundamente
interior, escondida en Dios.
(14 de julio de 1914, a
Raffaelina Cerase, Ep. II, 126)
23 de mayo
No te asuste la cruz. La prueba más cierta de amor consiste en sufrir por el amado y, si
Dios por tanto amor sufrió tanto dolor, el dolor que se sufre por él resulta tan amable
como el amor. En las aflicciones que el Señor te regala, sé paciente y confórmate al
Corazón divino con alegría, sabiendo que todo es una broma continua del Amante.
Las tribulaciones, las cruces han sido siempre la herencia y la porción de las almas
elegidas. Cuanto más quiere Jesús elevar un alma a la perfección, tanto más le aumenta
la cruz de la tribulación. Alégrate, te digo, al verte tan privilegiada sin ningún
merecimiento por tu parte. Cuanto más atribulada estés, tanto más debes alegrarte
porque el alma en el fuego de las tribulaciones se convertirá en oro fino, digno de ser
colocado para brillar en el palacio del cielo.
(14 de julio de 1914, a
Raffaelina Cerase, Ep. II, 126)
24 de mayo
En estos días el diablo me las hace de todos los colores y clases, me las va haciendo todo
lo que puede y más. Este desgraciado redoblará sus esfuerzos para hacerme daño. Pero a
nada tengo miedo, sólo a ofender a Dios. Me parece que ese infeliz la tiene tomada más
con usted que conmigo, porque querría privarme de su orientación. De hecho, quién sabe
la violencia que debo hacerme para comunicarle a usted mis cosas. Dolores fortísimos de
cabeza, hasta el punto de casi no poder ver dónde pongo la pluma.
Todos los espantosos fantasmas que el demonio me va poniendo en la mente
desaparecen cuando con confianza me abandono en los brazos de Jesús. Y si estoy con
Jesús crucificado, es decir, si medito en sus dolores, sufro inmensamente, pero es un
dolor que me hace mucho bien. Gozo de una paz y de una tranquilidad que no se pueden
explicar.
(29 de marzo de 1911, al P. Benedetto
da San Marco in Lamis, Ep. I, 216)
25 de mayo
Lo que más me lastima, padre mío, es el pensamiento de Jesús sacramentado. El
corazón, antes de unirse a él por la mañana en el sacramento, se siente como atraído por
una fuerza superior. Tengo tal hambre y tal sed antes de recibirlo que poco falta para que
me muera de inquietud. Y precisamente porque no puedo menos de unirme a él; a veces,
con fiebre, me siento obligado a ir a alimentarme de su cuerpo y de su sangre.
Y esta hambre y esta sed, en vez de quedar apagadas después de haberlo recibido en
el sacramento, aumentan cada vez más. Y cuando ya tengo en mí este sumo bien,
entonces sí que la plenitud de la dulzura es de verdad tan grande que poco falta para no
decirle a Jesús: basta, que casi ya no puedo más. Casi me olvido de que estoy en el
mundo; la mente y el corazón no desean nada más; y, con frecuencia y por mucho
tiempo, también de forma voluntaria, no puedo desear otras cosas.
Pero, a veces, al amor de dulzura viene a unirse también el de estar oprimido de tal
modo por el dolor de mis pecados que me parece que voy a morir de pena. También
aquí el demonio busca con frecuencia amargarme el corazón con los acostumbrados
pensamientos que tanto hacen sufrir.
(29 de marzo de 1911, al P. Benedetto
da San Marco in Lamis, Ep. I, 216)
26 de mayo
En estos tiempos tan tristes, en los que tantas almas apostatan de Dios, no consigo
persuadirme de que se puede vivir la vida verdadera sin el alimento de los fuertes. En
estos tiempos en que estamos rodeados continuamente por gente que tiene en el corazón
el odio a Dios y la blasfemia siempre en los labios, el medio seguro para mantenernos
lejos del contagio hediondo que nos rodea es el de fortalecernos con el alimento
eucarístico.
Ahora bien, mantenerse sin culpa y progresar en la vida de la perfección no podrá
alcanzarlo quien vive por largos meses sin saciarse de las inmaculadas carnes del Cordero
divino. Yo no sé qué piensan los demás sobre este punto; para mí, dadas las particulares
circunstancias en las que vivimos, es siempre ilusorio querer convencerse de que avanza
hacia la perfección el que se limita a comulgar una o dos veces al año.
(19 de mayo de 1914, a
Raffaelina Cerase, Ep. II, 87)
27 de mayo
Desde hace días sufro fortísimos dolores de cabeza, que me incapacitan para toda
actividad.
Los horrores de la guerra casi me revuelven el cerebro; mi alma se halla en una
desolación extrema. Aunque me había ido preparando, no he logrado impedir el terror y
la desolación, de los que está muy cautiva mi alma.
Esta bendita guerra, sí, será para nuestra Italia, para la Iglesia de Dios, una purga
saludable: se renovará en el corazón italiano la fe, que estaba como escondida en un
apartado rincón y como adormecida y sofocada por los malos deseos; hará florecer en la
Iglesia de Dios, en un terreno casi árido y seco, bellísimas flores; pero, ¡Dios mío!, antes
de que esto suceda, qué dura prueba nos está reservada.
Es necesario atravesar toda una noche de tinieblas, tan oscuras que nuestra patria
nunca ha visto otras semejantes hasta el día hoy. Pero, si es verdad que para muchos
esta prueba extrema será como la piedra que les haga tropezar, para la mayoría será una
medicina saludable para recuperar la salud.
¡Benditos los ojos que verán despuntar este nuevo día! En medio de la prueba que
hemos comenzado a atravesar, y que para nosotros de modo especial será muy dura,
dirijamos la mirada más allá de esta profunda oscuridad, fijémosla en aquel día que
surgirá y que nos baste para consolarnos en el dulcísimo Señor.
(27 de marzo de 1915, al P. Benedetto
da San Marco in Lamis, Ep. I, 582)
28 de mayo
Tú sabes, mi querida hija, que el remedio que propongo con agrado es la tranquilidad de
espíritu; y que prohíbo siempre la inquietud orgullosa. Debes esforzarte por conseguir
para tu espíritu, agitado por obra del maligno, este reposo y esta tranquilidad, pensando
en el descanso espiritual que nuestros corazones deben encontrar siempre en la voluntad
de Dios, nos lleve esta adonde nos lleve. Vive, hija mía, en este valle de miserias hasta
que Dios lo quiera, con una total sumisión a su santa voluntad. Esta es la deuda que
tenemos con la bondad de Dios, que nos ha hecho desear con gran anhelo vivir y morir
en su amor. Esperemos, hijita mía, en este gran Salvador, que nos da la voluntad de vivir
y morir en su predilección, hasta que nos dé la gracia de realizarlo.
(28 de mayo de 1917, a
Annita Rodote, Ep. III, 108)
29 de mayo
Ten siempre bajo tu mirada esta lección elocuente, que debe ser bien comprendida: la
vida presente no se nos ha dado sino para adquirir la eterna; y por falta de esta reflexión
fundamentamos nuestros afectos en lo que pertenece a este mundo, en el que estamos de
paso; y, cuando hay que dejarlo, nos asustamos e inquietamos. Créeme, maestra, para
vivir contentos en la peregrinación, es necesario tener ante nuestros ojos la esperanza de
la llegada a nuestra patria, donde nos quedaremos eternamente; y, mientras tanto, cree
firmemente; porque es verdad que Dios, que nos llama a Él, mira cómo avanzamos y no
permitirá nunca que nos suceda algo que no sea para nuestro mayor bien. Él sabe lo que
somos y nos extenderá su mano paternal en los pasos difíciles, de manera que nada nos
detenga al correr veloces hacia Él. Pero para gozar bien de esta gracia, es necesario tener
una confianza total en Él.
No busques evitar con ansiedad los accidentes de esta vida; evítalos con una perfecta
esperanza de que, conforme nos vayan viniendo, Dios, a quien perteneces, te librará de
ellos. Él te ha defendido hasta el presente, basta que te mantengas bien asida a la mano
de su providencia y Él te asistirá en todo momento. Y, cuando no puedas caminar, Él te
conducirá, no temas. ¿Qué tienes que temer, mi queridísima hijita, siendo de Dios, que
tan firmemente nos ha asegurado: «A los que aman a Dios todo les redunda en bien»?
No pienses en lo que sucederá mañana, porque el mismísimo Padre del cielo, que hoy
cuida de nosotros, el mismo cuidado tendrá mañana y siempre. ¡Oh!, Él no te hará mal;
pero, si te lo envía, te concederá también un valor invencible para soportarlo.
(23 de abril de 1918, a
Erminia Gargani, Ep. III, 724)
30 de mayo
Dime esto: ¿iluminar y descubrir los objetos es propio del sol o es propio de las tinieblas?
Te dejo a ti que saques la aplicación correcta. Dios solo es su gracia; Dios solo es el
supremo sol, y todos los demás o no son nada o, si lo son, lo son por Él; Dios solo, digo,
con su gracia puede iluminar el alma y mostrarle lo que ella es. Y cuanto más conoce el
alma su miseria y su indignidad ante Dios, tanto más insigne es la gracia que la ilumina
para conocerse.
Comprendo que el descubrimiento de la propia miseria por obra de este sol divino en
el primer momento es motivo de tristeza y de aflicción, de pena y de terror, para la pobre
alma que es iluminada de modo semejante; pero, consuélate en el dulce Señor, porque,
cuando este sol divino haya calentado con sus ardientes rayos el terreno de tu espíritu,
hará despuntar nuevas plantas, que a su tiempo darán frutos exquisitos, manzanas jamás
vistas.
(4 de marzo de 1915, a
Raffaelina Cerase, Ep. II, 368)
31 de mayo
Jesús está siempre contigo, también cuando a ti te parece que no lo sientes. Y siempre
está tan cerca de ti, como cuando lo está en las luchas espirituales. Él está siempre ahí,
cerca de ti, animándote a mantenerte con valentía en las batallas, está ahí para detener
los golpes del enemigo de modo que no quedes ultrajada.
Por caridad, te suplico por lo que para ti es más sagrado que no le agravies
sospechando, aunque levemente, que has sido abandonado por Él aunque por un solo
instante. Esa es precisamente una de las tentaciones más satánicas, y tú aléjala de ti, tan
pronto como te des cuenta de ella.
Consuélate, pues, querida mía, sabiendo que las alegrías de la eternidad serán tanto
más profundas y más íntimas cuanto más días de humillación y años infelices contemos
en nuestra vida presente. No es este un modo de ver y de pensar mío; es la sagrada
escritura la que nos da su infalible testimonio. He aquí lo que el salmista dice a propósito:
«Devuélvenos en gozo los días que nos humillaste, los años en que conocimos la
desdicha». Y el apóstol san Pablo nos dejó escrito en la carta enviada a los corintios que
un momento de nuestras tribulaciones pasajeras puede merecernos en la eternidad una
gloria que supera lo que podamos imaginar. He aquí sus palabras textuales: «En efecto, la
breve tribulación de un momento nos produce, sobre toda medida, un eterno caudal de
gloria».
(15 de agosto de 1914, a
Raffaelina Cerase, Ep. II, 153)
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