365 DIAS CON EL PADRE PIO MES DE JULIO

1 de julio
En la lucha está la corona; y cuanto más combate el alma, más se multiplican los premios. Y sabiendo que, a cada victoria que se alcanza corresponde un grado de gloria eterna, ¿cómo no alegrarnos, mi queridísima hija, al vernos entregados a alcanzar muchos a lo largo de la vida? Que te consuele este pensamiento, y que te estimule también el ejemplo de nuestro divino Maestro, «tentado como nosotros de muchos modos, pero sin caer en el pecado»; y tentado hasta no poder más y exclamar: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».
En adelante, no hagas caso y no creas lo que sugiere el enemigo: que Dios te ha rechazado, o bien que Dios, por alguna infidelidad que desconoces, te sanciona y te quiere castigar hasta que la quites de tu alma, porque en absoluto es esto verdad, ya que, cuando el alma llora y teme ofender a Dios, no le ofende y está muy lejos de hacerlo.
(17 de mayo de 1918, a Margherita Tresca, Ep. III, 181)

2 de julio
El que te inquieta y te atormenta es Satanás; el que te ilumina y consuela es Dios. El alma que es cada vez más impulsada a abajarse y a humillarse ante su Señor, y al mismo tiempo se ve urgida a sufrir todo, a soportar todo, para merecer la aprobación de su celestial Esposo, no puede menos de reconocer que todo eso le viene de Dios. Los profundos anhelos de amor del alma hacia su Señor no son, no pueden ser, alucinaciones o ilusiones. Por tanto, vuelvo a garantizarte que es la gracia de Jesús la autora de cuanto de hermoso acontece en ti. Por eso, deja que tu divino Esposo actúe en ti y te conduzca por los caminos que Él quiere.
Todo lo que experimentas dentro de ti al verte rodeada de tantas almas piadosas, todas ellas dedicadas a amar y a servir al Señor, es señal de que tu alma busca con convencimiento y ardientemente a su creador.
(14 de julio de 1914, a Raffaelina Cerase, Ep. II, 126)

3 de julio
No te dejes asustar por los asaltos de Satanás; tu confianza esté puesta siempre en Dios; en ella debes ir creciendo cada día, y lo debes demostrar de modo especial en la prueba que ahora soportas, y que deberá redundar en gloria de Dios y en una gran victoria para tu alma. No te aflijas más de lo necesario; alégrate, que la guerra no tardará en llegar a su fin. No pasará mucho tiempo antes de que comiencen las negociaciones y los gastos de la guerra se adjudicarán al enemigo de Dios, al enemigo de las almas. ¡Qué hermoso será el mediodía que el buen Dios hará brillar después de la purga! Que te anime, pues, este dulce pensamiento a combatir con valentía el buen combate.
Ya desde ahora te deseo con gran alegría en el Señor el hermoso día de nuestro rescate. ¡Viva Jesús siempre en tu espíritu!

4 de julio
En este estado de aflicción, continúa orando por todos, sobre todo por la exaltación de nuestra santa Madre, la Iglesia; y por los pobres pecadores, para reparar las muchas ofensas que se hacen a este divino Corazón.
Sé que te inmolaste y te inmolas continuamente al Señor; Jesús aceptó tu inmolación; Jesús te ha dado la gracia de mantener tu ofrenda. Pues bien, ¡valor todavía por un poco más de tiempo!; la recompensa no está lejos.
No temas, pues, si te ves sometida a la oscuridad y a la aridez de espíritu, porque no hay motivo para temer. No hay ningún motivo, en una infidelidad actual o pasada, para estar preocupada; créeme, porque no te engaño. Te exhorto a que no te inquietes por esta situación; vive tu sufrimiento en paz, porque todo es una broma de amor de Jesús.
En esta situación, no dejes de hacer lo que haces normalmente; y ten la certeza de que Jesús está contento y de que tu alma progresa sin conocerlo y sin comprenderlo.
(4 de junio de 1918, a Antonietta Vona, Ep. III, 861)

5 de julio
Te equivocas, y te equivocas de lleno, si quieres medir el amor de un alma a su creador por la dulzura sensible que experimenta al amar a Dios. Ese amor es propio de las almas que se encuentran todavía en la simplicidad de la infancia espiritual: amor que podría ser fatal para el alma que lo busque en demasía. Por el contrario, el amor de las almas que han salido de esa infancia espiritual es aquel que ama sin recibir gusto o dulzura en aquella parte que llamamos alma sensitiva.
La señal segura para conocer si esas almas aman de verdad a Dios es descubrirlas siempre dispuestas a la observancia de la ley santa de Dios; es verlas siempre atentas y vigilantes a no caer en pecado; es su deseo habitual de ver glorificado al Padre del cielo y que para ello no dejan, en cuanto depende de ellos, de propagar el reino de Dios; es verlas continuamente orando al Padre del cielo con las mismas palabras del divino Maestro: «Padre nuestro... venga tu Reino».
(29 de diciembre de 1914, a Raffaelina Cerase, Ep. II, 288)

6 de julio
Es necesario cultivar con entusiasmo estas dos virtudes: la dulzura con el prójimo y la santa humildad con Dios.
Tengo la confianza de que lo harás, porque el gran Dios, que te ha tomado de la mano para atraerte hacia Él, no te abandonará hasta que no te haya colocado en su tabernáculo eterno. Conviene, mi queridísima hija, que te esfuerces por erradicar las pretensiones y los pensamientos de superioridad, porque el honor de ningún otro modo se consigue mejor que despreciándolo; pero, aun así, inquieta al alma y lleva a cometer faltas y errores contra la dulzura y la humildad.
(25 de marzo de 1915, a Raffaelina Cerase, Ep. II, 373)

7 de julio
Esta mañana, después de la misa, cuando me hallaba muy afligido por el motivo indicado, de repente he sido presa de un violentísimo dolor de cabeza, que, nada más sentirlo, me ha parecido imposible poder continuar la acción de gracias.
Esta situación acrecentaba en mí el sufrimiento; también se ha posesionado de mí una gran aridez de espíritu; y quién sabe qué habría pasado de no haber venido aquel al que me voy a referir. Se me ha aparecido nuestro Señor, que me ha hablado de esta manera: «Hijo mío, no dejes de escribir lo que hoy oyes de mi boca, para que no llegues a olvidarlo. Yo soy fiel; ninguna criatura se perderá sin saberlo. La luz y las tinieblas son muy distintas. El alma, a la que yo acostumbro hablar, la atraigo hacia mí; en cambio, las artimañas del demonio buscan alejarla de mí. Yo al alma nunca inspiro miedos que la alejen de mí; el demonio nunca pone en el alma miedos que la muevan a acercarse a mí.
Los miedos sobre su salvación eterna, que el alma siente en algunos momentos de la vida, si el autor de ellos soy yo, se conocen por la paz y la serenidad que dejan en el alma... Esta visión y estas palabras de nuestro Señor han zambullido mi alma en una paz y en un gozo tales que todas las dulzuras del mundo, comparadas con una sola gota de esta felicidad, le parecen insípidas».
(7 de julio de 1913, al P. Benedetto da San Marco in Lamis, Ep. I, 381)

8 de julio
Me parece que Jesús me está mirando continuamente. Si me sucede que alguna vez pierdo la presencia de Dios, siento enseguida que nuestro Señor me vuelve a llamar a mi deber. La voz con la que me reclama no sé expresarla; pero sé que es muy penetrante y que, para el alma que la oye, es casi imposible rehusarla.
No me pregunte, padre mío, cómo sé que es nuestro Señor el que se me muestra en tal visión, cuando nada veo ni con los ojos del cuerpo ni con los del espíritu, porque no lo sé y no puedo decir sobre esto más de lo que he dicho. Sólo sé decir esto: que aquel que está a mi derecha es nuestro Señor y no otro; y también que, aun antes de que Él me lo dijera, yo ya tenía profundamente grabado en mi mente que era Él.
Esta gracia ha dejado en mí un gran bien. El alma se queda en una gran paz; me siento consumir del todo por un deseo intensísimo de agradar a Dios; desde que me ha favorecido con esta gracia, el Señor me hace mirar con inmenso desprecio todo lo que no me ayuda a acercarme a Dios. Siento una confusión indecible al no poder explicarme de dónde me viene tanto bien.
Mi alma se ve impulsada por el más vivo agradecimiento a manifestar al Señor que esa gracia Él se la concede sin que de ningún modo la merezca; y, muy lejos de creerse por esto superior a las otras almas, piensa, por el contrario, que, de cuantas personas hay
(18 de octubre de 1917, a las hermanas Campanile, Ep. III, 943)

en el mundo, ella es la que menos sirve al Señor; porque, mediante esta gracia, el Señor ha iluminado de tal forma al alma, que no puede menos de reconocer que está mucho más obligada que todas las demás a servir y a amar a su creador.
(7 de julio de 1913, al P. Benedetto da San Marco in Lamis, Ep. I, 381)

9 de julio
Abre el corazón a este médico celestial de las almas y abandónate con confianza plena entre sus brazos santísimos. Él te trata como a elegida para seguir de cerca a Jesús por el camino del Calvario; y yo veo, con alegría y con vivísima conmoción de mi espíritu, este modo de actuar de la gracia en ti. Ten la certeza de que todo lo que está sucediendo en tu alma está programado por el Señor; y, por tanto, no tengas miedo a encontrarte con el mal, es decir, a ofender a Dios.
Que te baste saber que en todo esto tú en modo alguno ofendes al Señor; al contrario, Él es cada vez más glorificado.
(19 de mayo de 1914, a Raffaelina Cerase, Ep. II, 87)

10 de julio
Si es voluntad de Dios añadir a los aromas espirituales los corporales, ¿no te basta esto para ser la persona más feliz en este valle de destierro?
¿Y qué otra cosa se puede desear que no sea la voluntad de Dios? ¿Qué otra cosa puede desear un alma consagrada a Él? ¿Qué otra cosa puedes desear tú que no sea que los designios de Dios se cumplan en ti? Valor, pues, y siempre adelante en las vías del amor divino, teniendo la certeza de que, cuanto más se va uniendo e identificando tu voluntad a la de Dios, tanto más se crece en santidad.
Tengamos siempre ante nuestros ojos que la tierra es un lugar de lucha y que la corona se recibirá en el paraíso. Que este es un lugar de prueba y el premio se recibirá allá arriba. Que aquí estamos en el destierro y nuestra verdadera patria está en el cielo y que a esta es necesario aspirar siempre. Vivamos pues, Raffaelina, con fe viva, con esperanza firme y con el deseo ardiente del cielo, con el vivísimo deseo del mismo mientras seamos viandantes, para poder un día, cuando lo quiera Dios, habitar allí en persona.
(24 de junio de 1915, a Raffaelina Cerase, Ep. II, 452)

11 de julio
Tengamos el pensamiento orientado continuamente hacia el cielo, nuestra verdadera patria, del que la tierra no es más que imagen, conservando la serenidad y la calma en todos los sucesos, sean alegres o tristes, como corresponde a un cristiano, y más a un alma formada con especial cuidado en la escuela del dolor.
En todo esto te estimulen siempre los motivos que da la fe y los ánimos de la esperanza cristiana; y, comportándote así, el Padre del cielo endulzará la amargura de la prueba con el bálsamo de su bondad y de su misericordia. Y es a esta bondad y misericordia del Padre celestial a la que el piadoso y benéfico ángel de la fe nos invita y nos urge a recurrir con una oración insistente y humilde, teniendo la firme esperanza de ser escuchados, porque confiamos en la promesa que nos hace el Maestro divino: «Pedid y recibiréis; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá... Porque todo lo que pidáis al Padre en mi nombre se os dará».
Sí, oremos y oremos siempre en la serenidad de nuestra fe, en la tranquilidad del alma, porque la oración cordial y fervorosa penetra los cielos y encierra en sí una garantía divina.
(24 de junio de 1915, a Raffaelina Cerase, Ep. II, 452)

12 de julio
Sé que os entristecéis porque no lográis corregir vuestras imperfecciones; pero, mantened el ánimo, mis queridos hijos, y recordad lo que sobre este punto os he dicho tantas veces: que os tenéis que entregar con la misma intensidad a la práctica de la fidelidad a Dios y a la práctica de la humildad. La fidelidad, para renovar vuestros propósitos de servir a Dios con la misma frecuencia con que los quebrantáis, y para que, teniéndolos presentes, no los quebrantéis en adelante. La humildad, cuando os suceda que habéis transgredido vuestros propósitos, para reconocer vuestra miseria y abyección.
Cuidad con gran esmero vuestros corazones para purificarlos de acuerdo al número y a las inspiraciones que vais recibiendo. Levantad con frecuencia vuestras almas a Dios; leed buenos libros siempre que os sea posible, pero con mucha devoción; sed asiduos a la oración, a la meditación, y al examen de conciencia varias veces al día.
(Sin fecha, a los novicios, Ep. IV, 383) 

13 de julio
Por grande que sea la prueba a la que te someta el Señor, por insostenible que sea la desolación del espíritu en ciertos momentos de la vida, no te desanimes nunca. Recurre con mayor abandono filial a Jesús, que no podrá quedarse sin concederte una gota de refrigerio y de consuelo. Recurre a él siempre, incluso cuando el demonio, para amargarte los días de tu vida, te recuerde tus pecados. Eleva tu voz a él con fuerza, la voz de la humildad del espíritu, de la contrición del corazón y de la plegaria de los labios.
Ante estas demostraciones, Raffaelina, es imposible que Dios no te mire con agrado, que no ceda, que no se rinda. El poder de Dios, es verdad, triunfa de todo; pero la oración humilde que brota del sufrimiento vence al mismo Dios; detiene su brazo, apaga su furia, lo desarma, lo vence, lo aplaca y lo vuelve, por así decirlo, en dependiente y amigo.
¡Oh!, si todos los hombres llegaran a experimentar en sí mismos, como lo hicieron el publicano del templo, Zaqueo, la Magdalena, san Pedro y tantos ilustres penitentes y piadosos cristianos, este gran secreto de la vida cristiana, enseñada por Jesús con hechos
y palabras, ¡qué abundante fruto de santidad experimentarían en ellos! Conocerían enseguida este secreto; por este medio llegarían pronto a vencer la justicia de Dios, a aplacarla por muy airada que estuviera contra ellos, a cambiarla en amorosa piedad, a obtener todo lo que necesitaran: el perdón de los pecados, la gracia, la santidad, la salvación eterna y la fuerza para combatir y vencerse a sí mismos y a todos sus enemigos.
(7 de septiembre de 1915, a Raffaelina Cerase, Ep. II, 482)

14 de julio
No desconfíes de la providencia divina, confía en Dios, abandónate a Él, déjale a Él el cuidado entero de ti misma, y quédate tranquila que no quedarás confundida. Comprendo y entiendo que la prueba es dura y hosca la batalla; pero comprendo también que el fruto, que lo recogerás a su tiempo, es muy abundante. La corona que se va tejiendo allá arriba es con mucho muy superior a todo lo que podemos imaginar. (...)
Júzgame como creas, pero lo que quiero de ti es que, al aumentar las pruebas, aumente también el abandono y la confianza en Dios; profundiza cada vez más en la humildad y en bendecir al Señor, que se digna en su bondad a visitarte de ese modo para disponerte a formar parte de la construcción de la Sión celeste.
(10 de abril de 1915, a Raffaelina Cerase, Ep. II, 393)

15 de julio
Vuelvo a inculcarte que confíes siempre; nada puede temer el alma que confía en su Señor y pone en Él su esperanza. El enemigo de nuestra salvación está siempre girando a nuestro alrededor para arrancarnos del corazón el ancla que debe conducirnos a la salvación, quiero decir la confianza en Dios nuestro Padre; tengamos asida, muy asida, esta ancla; no permitamos nunca que nos abandone un solo instante, pues de otro modo todo estaría perdido. Repítete siempre, y mucho más en las horas más tristes, las bellísimas palabras de Job: «Señor, aunque tú me mates, yo esperaré en ti». Mantente siempre vigilante y no te ensalces sobre ti misma, juzgándote capaz de hacer algo bueno, ni por encima de los demás, creyéndote que eres mejor o al menos igual que los demás; sino que considera a los demás mejores que tú. El enemigo, Raffaelina, vence a los soberbios y no a los humildes de corazón.
(10 de abril de 1915, a Raffaelina Cerase, Ep. II, 393)

16 de julio
¿Cómo conseguir decirle lo que siento? Créame que es precisamente esto lo que constituye el culmen de mi martirio interno. Vivo en una noche continua; las tinieblas son densísimas.
Deseo la luz y esta luz no me llega nunca. Y, si alguna vez se ve también algún débil 
rayo de luz, lo que sucede muy raramente, es este el que enciende en el alma los deseos más desesperados de ver de nuevo resplandecer el sol; y estos deseos son tan fuertes y violentos que, con muchísima frecuencia, me hacen languidecer y derretirme de amor a Dios; y me veo a punto de desfallecer.
Todo esto lo experimento sin quererlo y sin que haga nada por conseguirlo. Las más de las veces, todo esto me sucede fuera de la oración y también cuando estoy ocupado en acciones indiferentes.
Yo no quisiera sentir estas cosas, porque me doy cuenta de que, cuando son tan violentas, también el físico se resiente fuertemente y, por este motivo, tengo mucho miedo de que no sea conveniente para mí. En todo momento me parece que me voy a morir, y querría morir para no sentir el peso de la mano de Dios, que gravita sobre mi espíritu.
¿Qué es esto? ¿Cómo tengo que actuar para salir de este estado tan deplorable? ¿Es Dios el que obra en mí o es otro el que actúa en mí? Hábleme con claridad, como siempre; y hágame saber cómo tiene lugar todo esto.
(16 de julio de 1917, al P. Benedetto da San Marco in Lamis, Ep. I, 909)

17 de julio
Hay momentos en los me asaltan violentas tentaciones contra la fe. Estoy seguro de que la voluntad no las acepta, pero la fantasía está tan encendida y la tentación, que da vueltas en la mente, se presenta con colores tan claros, que presenta el pecado como algo no sólo indiferente, sino agradable.
De aquí nacen también todos esos pensamientos de desánimo, de desconfianza, de desesperación e incluso –no se asuste, padre, por caridad– pensamientos de blasfemia. Yo me horrorizo ante tanta lucha; tiemblo y me esfuerzo siempre; y estoy seguro de que, por la gracia de Dios, no caigo.
Añada, además, a todo esto el oscuro cuadro de la vida pasada, en el que no se ve más que mis miserias y mi ingratitud hacia Dios. Siento que mi ánimo se rompe de dolor; y una grandísima confusión me invade totalmente. Me siento, por este motivo, como puesto bajo una durísima prensa y como si todos los huesos se trituraran y se separaran unos de otros.
Y esta operación tan dura la siento no sólo en lo más recóndito del espíritu, sino también en el cuerpo. Y también aquí me asalta el fuerte temor de que quizá no sea Dios el autor de este extraño fenómeno, porque si fuera Él, ¿cómo se explicaría el desbarajuste físico? No sé si esto es posible.
(16 de julio de 1917, al P. Benedetto da San Marco in Lamis, Ep. I, 909)

18 de julio
La duda que me asalta siempre, y que me persigue a todas partes, es la de no saber si lo que hago agrada o no a Dios. Es verdad que sobre este punto usted me ha hablado
muchas veces; pero, ¿qué he de hacer si, puesto en esta dura prueba, olvido todo, e incluso, si recuerdo, no recuerdo nada con precisión y todo es confusión?
¡Ay de mí!, por caridad, tenga la bondad una vez más de ponérmelo por escrito. Dios, además, se va agigantando cada vez más en mi mente, y lo veo siempre en el cielo de mi alma, que se va cubriendo de densas nieblas. Lo siento cerca y lo veo también muy lejos. Y al aumentar estos anhelos, Dios se me hace más íntimo y lo experimento; pero estos deseos también me hacen verlo cada vez más lejano. ¡Dios mío! ¡Qué cosa tan extraña!
(16 de julio de 1917, al P. Benedetto da San Marco in Lamis, Ep. I, 909)

19 de julio
Lo que produce tanta desolación en tu espíritu es una gracia singularísima, que Dios concede únicamente a las almas que quiere elevar a la unión mística. Es exactamente eso, mi querida Raffaelina. El temor y el terror que semejante gracia lleva a la pobre alma, si no me equivoco, le sucede de este modo.
Semejante gracia es una luz muy simple y muy espléndida y clara, que, al penetrar en la pobre alma, encontrándola sin preparación y no apta para recibirla, le provoca exactamente lo que en ti está sucediendo en este momento. Para dar una prueba o mejor una comparación, que nada tiene que ver con el tema que nos ocupa, te invito a pensar en un individuo afectado por una enfermedad de los ojos. Este individuo, al mirar la luz, sufre y podría llegar a acusar al sol de enemigo de la vista. Ahora, fíjate un poco, al sol, hablando en general, todos lo prefieren a las tinieblas, todos dicen que el sol es bueno, es óptimo; sin embargo, quien está enfermo de los ojos prefiere las tinieblas a la luz, al sol, y se sentiría tentado de acusar al sol de ser su gran enemigo. (...)
Puedo concluir que lo mismo sucede al alma que se ve penetrada por semejante luz; se encuentra casi enferma y absolutamente incapaz de recibir semejante luz sobrenatural y, como consecuencia, la pobrecita, asaltada por esta luz, se asusta, se aterroriza en el alma y en sus potencias, memoria, inteligencia y voluntad; y, aunque de forma indirecta, esos sustos y temores los experimentan también los sentidos interiores del cuerpo. Pero cuando después el alma, poco a poco, se va curando de su incapacidad, comienza a sentir pronto los efectos saludables de esta nueva gracia.
(28 de febrero de 1915, a Raffaelina Cerase, Ep. II, 360)

20 de julio
Quiera el dulcísimo Jesús regalar la paz a todos los corazones afligidos. Te confieso sinceramente, sin temor a mentir, amada hija de Jesús, que mi alma puede decir con el apóstol san Pablo, aunque, por desgracia, no poseo ni la milésima parte de aquel espíritu de caridad que ardía en el corazón de este santo apóstol: «Desearía ser yo mismo anatema, separado de Cristo, por mis hermanos». Sí, quiera nuestro dulcísimo Señor excomulgarme, separarme de él, verme abandonado y en brazos de los oprobios y de las penas debidas a mis hermanos; me cancele incluso del libro de la vida, con tal que salve a
mis hermanos y a mis compañeros de exilio y no me prive de su caridad y de su gracia, de la cual nada podrá nunca separarme.
Reza al Señor que quiera calmar estos deseos míos que me queman las entrañas y que me hacen morir continuamente.
(25 de abril de 1914, a Raffaelina Cerase, Ep. II, 76)

21 de julio
Te afliges por las ingratitudes de los hombres hacia Dios y haces bien en llorar por sus desdichas. Ofrece a Dios como reparación tus bendiciones y todas tus acciones, procurando que todas sean buenas. Pero, después de haber llorado en secreto por las desdichas ajenas de los que se han obstinado en su perdición, conviene imitar a nuestro Señor y a los apóstoles, alejando tu espíritu de esas desdichas y orientándolo hacia otros objetos y otras ocupaciones más útiles para la gloria de Dios y para la salvación de las almas. «Era necesario –dicen los apóstoles hablando a los judíos– anunciaros a vosotros en primer lugar la palabra de Dios; pero, porque la rechazáis y vosotros mismos no os juzgáis dignos de la vida eterna, mirad que nos volvemos a los gentiles». «Se os quitará a vosotros –dice el divino Maestro en el santo evangelio– para dárselo a una nación que produzca sus frutos».
Por tanto, el detenerse demasiado tiempo a deplorar por quienes se han obstinado en el pecado sería pérdida de un tiempo útil y a la vez necesario para buscar la salvación de otros hermanos nuestros y para trabajar por la gloria de Dios.
(25 de abril de 1914, a Raffaelina Cerase, Ep. II, 76)

22 de julio
Jesús te conceda escuchar cada vez más en tu corazón, al igual que a todas las almas que lo aman con sinceridad y pureza de corazón, su invitación tres veces amorosísima: «Mi yugo es suave y mi carga ligera». Esta dulcísima invitación del divino Maestro te consuele en tu nueva prueba, o, mejor, en ese crecimiento de los favores divinos en ti. Y se puede decir muy bien que este nuevo estado tuyo es un favor singularísimo del Señor, favor que el Señor no suele otorgar sino a aquellas almas fuertes, que su misericordia las hace más gratas a Él.
Alégrate, por tanto, también tú conmigo por tan insigne bondad de nuestro buen Dios. ¡Oh!, Raffaelina, qué dulce y estimulante es para un alma saberse, sin mérito propio, elevada por este dulcísimo Padre nuestro a tanta dignidad. ¡Oh!, abre tu corazón a este Padre, el más amoroso de todos los padres, y déjale obrar libremente. No seamos avaros con quien nos enriquece en demasía y cuya liberalidad no pone nunca fronteras, ni conoce metas, ni pone límites.
(4 de marzo de 1915, a Raffaelina Cerase, Ep. II, 368)

23 de julio
Tu único pensamiento sea el de amar a Dios y crecer cada día más en la virtud y en la santa caridad, que es el vínculo de la perfección cristiana.
En todos los sucesos de la vida reconoce la voluntad de Dios, adórala, bendícela. De modo especial en las cosas que te resulten más duras, no busques con inquietud ser liberada de ellas. Entonces más que nunca dirige tu pensamiento al Padre del cielo y dile: «Tanto mi vida como mi muerte están en tus manos, haz de mí lo que más te agrade».
En las angustias espirituales: «Señor, Dios de mi corazón, sólo tú conoces y lees a fondo el corazón de tus criaturas, sólo tú conoces todas mis penas, sólo tú conoces que todas mis angustias provienen de mi temor de perderte, de ofenderte, del temor que tengo de no amarte cuanto mereces y que yo debo y deseo; tú, para quien todo está presente y que eres el único que lees el futuro, si sabes que es mejor para tu gloria y para mi salvación que yo esté en este estado, que se realice así, no deseo ser liberada; dame fuerza para que yo luche y obtenga el premio de las almas fuertes».
(4 de marzo de 1915, a Raffaelina Cerase, Ep. II, 368)

24 de julio
En mis oraciones y en la santa misa pido continuamente muchas gracias para su alma, y pido de modo especial el santo y divino amor. Este amor es todo para nosotros; es nuestra miel, mi querido padre, en la cual y con la cual deben ser endulzados todos nuestros afectos, acciones y sufrimientos.
¡Dios mío!, ¡mi buen padre! ¡Cuánta felicidad en nuestro reino interior, cuando ahí reina este santo amor! ¡Qué felices son las facultades de nuestra alma, cuando obedecen a un rey tan sabio! Bajo su obediencia y en su Reino, Él no permite que haya pecados graves y tampoco que haya afecto alguno a los veniales.
Es cierto que Él, con frecuencia, les permite que se acerquen hasta la frontera para ejercitar en la lucha a las virtudes internas y para hacerlas más valientes. Y permite también que los espías, que son los pecados veniales y las imperfecciones, corran de un lado a otro en su Reino; pero esto no es sino para darnos a conocer que, sin su ayuda, seríamos presa de nuestros enemigos.
(24 de julio de 1917, al P. Agostino da San Marco in Lamis, Ep. I, 917)

25 de julio
Humillémonos profundamente, mi buen padre, y confesemos que, si Dios no fuera la coraza y nuestro escudo, nosotros enseguida seríamos heridos por toda clase de pecados. Y es por esto por lo que debemos permanecer siempre en Dios, siendo perseverantes en nuestros ejercicios de piedad; que esta sea nuestra preocupación constante.
Tengamos siempre encendida en nuestro corazón la llama de la caridad; y no nos desanimemos nunca. Y si nos sobreviene alguna flaqueza o debilidad de espíritu, corramos a los pies de la cruz; ofrezcámonos entre los perfumes celestes; y, sin duda alguna, seremos fortalecidos.
En la santa misa yo presento siempre al Padre del cielo, con el de su Hijo celestial, el corazón de usted. Él, a causa de esta unión en la que yo le presento la ofrenda, no puede rechazar ese corazón. No dudo, mi querido padre, de que usted, por su parte, hace lo mismo. (...)
Las pruebas en mi espíritu siguen intensificándose. Pero, ¡viva Dios!, que, incluso en medio de las pruebas, no permite que el alma se pierda. Se sufre, pero tengo la certeza de que, en medio del sufrimiento y de la oscuridad absoluta en que está sumergido de continuo mi espíritu, no decrece mi esperanza.
(24 de julio de 1917, al P. Agostino da San Marco in Lamis, Ep. I, 917)

26 de julio
Vigilemos para no dar lugar al enemigo a que se abra un camino por el que entrar en nuestro espíritu y contaminar el templo del Espíritu Santo. ¡Oh!, por caridad, no olvidemos ni un instante esta gran verdad; tengamos siempre presente que nosotros por el bautismo llegamos a ser templo del Dios vivo, y que cada vez que dirigimos nuestro espíritu al mundo, al demonio y a la carne, a los que por el bautismo hemos renunciado, profanamos este templo santo de Dios.
Huya tu alma de toda sombra de imperfección que pueda permitir a estos tres enemigos capitales penetrar en tu corazón: resiste siempre sus asaltos, manteniendo siempre una fe viva, que esté animada por una caridad viva y generosa.
(13 de mayo de 1915, a Raffaelina Cerase, Ep. II, 417)

27 de julio
Comprendo que nuestros enemigos son fuertes, muy fuertes; pero el alma que combate junto a Jesús, ¿cómo puede dudar de que alcanzará la victoria? ¡Oh!, ¿acaso no es nuestro Dios el más fuerte de todos? ¿Quién podrá oponerle resistencia? ¿Quién se opondrá a sus decretos, a sus deseos? ¿Acaso no ha prometido a todos que nadie será tentado por encima de sus fuerzas? ¿Acaso no es fiel al cumplir sus promesas? ¿Puede haber alguna alma que piense esto? Sí, existe una, ¿y quieres saber cuál es? Es la del estúpido, la del necio: «Dice el necio para sí: no hay Dios (el Dios verdadero)».
E insensato, Raffaelina, es el hombre que peca de incredulidad, de falta de confianza. Y tú más que nadie has tenido, no una, sino infinitas pruebas de esta promesa divina. Esas pruebas son tantas como las victorias sobre sus enemigos que cuenta tu alma. Sin la gracia divina, ¿habrías podido superar tantas crisis y tantas guerras, a las que ha sido sometido tu espíritu? Pues bien, abre cada vez más tu espíritu a las esperanzas divinas, confía más en la misericordia divina, único refugio del alma expuesta a las borrascas de un mar tempestuoso, humíllate ante la piedad de nuestro Dios, siempre pronto a acoger y ayudar al alma que, en la sinceridad de su corazón, confiesa ante Él su nulidad.
(13 de mayo de 1915, a Raffaelina Cerase, Ep. II, 417)

28 de julio
Si la gracia de Dios no te hubiera iluminado y atraído hacia Él, tú habrías sido como el necio que, después de toda una noche caminando por la orilla del río sin advertirlo, a causa de las densas tinieblas que lo rodeaban, al despuntar la luz que le advierte del peligro en que se ha encontrado, despreciando la luz, continúa el camino desafiando el peligro. ¡Desgraciado!, en cualquier momento la orilla se termina bajo sus pies, cae y se ahoga.
También tú recorriste durante una buena parte de la noche la senda del precipicio; pero la gracia de Jesús fue tan poseedora que no se limitó a iluminarte y advertirte del peligro real que hasta ese momento habías corrido, sino que quiso hacer algo más contigo: atraerte hacia él, sin privarte de tu libre albedrío, con la fuerza del amor.
Esta fuerza amorosa tú la sentiste y no pudiste hacer otra cosa que darte por vencida. Ahora bien, Jesús podía haberse comportado contigo como la luz se comportó con aquel infeliz: pero no, su piedad te quería para él. Observa los amorosos modos de tratar de este buen Padre: desde entonces con afecto realmente admirable no te dejó un solo instante. Él está siempre a tu lado, te gobierna, te cuida, te sostiene, para que tu voluntad no sucumba ante los enemigos que te asaltan por todas partes.
(4 de noviembre de 1914, a Raffaelina Cerase, Ep. II, 217)

29 de julio
Corresponde del mejor modo posible a la voz que Jesús te ha hecho escuchar: «Sufre»; y no te desanimes si te parece que acudes con frecuencia en busca de un cireneo, si la naturaleza grita pidiendo consuelo y te parece, por este motivo, que tu amor hacia Dios no es sincero ni perfecto. Aquí hay un engaño. También la humanidad de Jesús, en su agonía aceptada voluntariamente, oró que se alejara el cáliz; y de esto, ¿podrías concluir, sin llevar el estigma de la infidelidad, que el amor de Jesús por su Padre del cielo fue menos perfecto y sincero? Te dejo buscar la solución.
A veces el espíritu está pronto y la carne es débil; pero Dios quiere sobre todo el espíritu. Agárrate, pues, a él cada vez más con la voluntad, con lo más alto de tu espíritu, y deja también a la naturaleza que se resienta, se queme, reclame sus derechos, pues nada hay para ella más natural que esto; y si hoy también ella está sometida al sufrimiento, este no le corresponde de por sí y por naturaleza, pues ha sido hecha para la felicidad, sino que los sufrimientos le pertenecen como castigo de su culpa.
(8 de junio de 1915, a Raffaelina Cerase, Ep. II, 440)

30 de julio
¿Quién es el reo que, al ser torturado, aunque reconozca que lo merece, no sufra los dolores de las torturas y no pida verse libre de las mismas? Recuerda siempre esto, que es una regla general y segura, que Dios, mientras nos prueba con sus cruces y con los sufrimientos, deja siempre en nuestro espíritu un rayo de luz, por el que mantiene
siempre una gran confianza en Él y nos hace ver su inmensa bondad.
Te exhorto, pues, a no abatirte totalmente ante la cruz que el cielo te presenta, y a que conserves una ilimitada confianza en la divina misericordia. Raffaelina, Dios te ama y te ama mucho, y tú correspondes del mejor modo que puedes a su amor; Él no desea otra
cosa, y tú confía, espera, humíllate ante las actuaciones divinas y ama.
Raffaelina Cerase, Ep. II, 440)

31 de julio
Mantened vuestros propósitos; permaneced en la barca en la que os ha puesto el Señor; y venga incluso la tempestad; ¡viva Jesús!, vosotras no pereceréis. Él dormirá, pero, en el momento oportuno, se despertará para devolveros la calma. Nuestro san Pedro, dice la escritura, viendo la tempestad tan violenta, se asustó y, temblando, exclamó: «Señor, sálvame». Y nuestro Señor, tomándolo de la mano, le dijo: «Hombre de poca fe, ¿por qué temes?». Fijaos, hijas, en este santo apóstol: él camina a pie enjuto sobre las aguas; las olas y los vientos no sabrían sumergirlo; pero el miedo al viento y a las olas lo desanima. El miedo es un mal mayor que el mismo miedo.
Hijas de poca fe, ¿qué teméis? No, no temáis; caminad sobre el mar entre los vientos y las olas; pero recordad que estáis con Jesús. ¿Qué motivos tenéis para temer? Pero, si os sorprende el miedo, gritad con fuerza: ¡Señor, sálvanos! Él os alargará la mano; agarradla con fuerza y caminad con alegría.
En resumen, no filosoféis sobre vuestros defectos; no repliquéis; seguid adelante con sinceridad. No, Dios no sabría perderos, cuando vosotras, para no perderlo, insistís en vuestros propósitos. Que el mundo arda, que todo esté en tinieblas, en humo, en tumulto; pero Dios está con vosotras. ¿De qué, pues, tendremos miedo? Si Dios permanece en las tinieblas y sobre el monte Sinaí, entre relámpagos y truenos, ¿no podemos estar contentos sabiendo que estamos cerca de Él?
(8 de marzo de 1918, a las hermanas Ventrella, Ep. III, 576)

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