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Viernes Santo por el Padre Gustavo Seivane



Tan abierto. Tan blanco. Tan inocente… Puro don de Sí mismo. Manso Cordero. Amor firme y abismal… Jesús, adherido a un madero. Jesús sacrificado y hecho fuente. Jesús, extendido, sin nada. Desnudo y perdonando.

¿Dónde estarán sus sandalias, su túnica, y su manto? ¿Qué habrá sido de las palmas y las alfombras de ramos? ¿No están aquí los cantos y las fiestas, las alegrías de los muchos conversos, las multitudes asombradas por su enseñanza? Si hasta el sol se eclipsó… ¿Y qué hay de los cautivos liberados, y de los enfermos que hallaron salud por el sólo imperio de su autoridad divina? ¿Y sus amigos? ¿Dónde están sus amigos?, los que pudieron ver y oír eso que muchos reyes y profetas no pudieron. ¿Pero no se habían pegado a su paso? ¿No se habían acostumbrado a su Voz? ¿No lo habían visto caminar sobre las aguas  y multiplicar panes y peces? ¿No lo habían acompañado por la Palestina, y aquí o allá, en este o aquel atardecer, no habían presenciado  la curación de los ciegos o la resurrección de los muertos? ¿Dónde están los testigos de sus prodigios de amor?

No. No están. Es una ausencia áspera. Una ausencia que raspa. Son los golpes de la ingratitud o la infidelidad… No solemos estar donde Dios sufre... Tampoco hay música en el Gólgota. Sí, hay risas, y el ulular de los insultos arañando el aire. Se escucha el filo del acero hendiendo las vainas. O el graznido de los cuervos agazapados sobre las alturas de las cruces.

La única melodía es tan honda, que sólo Dios la percibe. La recibe. La acepta como ofrenda.  Son los sonidos sacros que perviven en medio de la crueldad: el llanto de la Virgen contra las piedras, el respirar entrecortado  de las mujeres, el ahogo sincopado del apóstol Juan, y los gemidos, los gemidos inefables de Jesús.

Jesús. Jesús. Jesús… Aquí está el Hermoso Jesús.

Jesucristo muere. Padece y muere. Anonadado exhibe la fuerza del amor. Es el Hijo del Hombre entregado por los hombres. Es el Hijo de Dios enviado para destruir las obras del diablo.

Ya no valen las palabras de Job: “Si pequé, ¿qué daño te hice, a ti guardián de los hombres?”. Porque es una esponja Cristo… Su cuerpo, su alma, absorben la densidad del mal. Tu mal, mi mal, nuestro pecado. Gime el Amor. Está clavado en su Hora. No va a huir. Ha venido para esto. El es fiel, y beberá toda la escoria de los hombres; beberá el cáliz llenísimo, lo beberá hasta los bordes, abierto en la cruz, lo beberá recibiendo toda la tiniebla del mundo, hundiéndose en la muerte, hecho maldición.

Oh! Cristo, Luz de Luz, Inocente, Hermoso Hijo de María, Redentor y compañero de sufrientes, Varón de dolores… ¿Volveremos a olvidar tu sufrimiento? ¿Volveremos a esconderlo cuando celebremos tu Resurrección? ¿Una vez más dejaremos de decir: “Jesucristo Muerto y Resucitado”, para decir sólo: resucitó? ¿No te llevaste acaso las llagas a la eternidad? ¿No las diste a tocar al apóstol Tomás? ¿Saltearemos siempre tu viernes santo? ¿Lavaremos tu dolor? ¿Justificaremos ese salto? ¿Haremos aséptico este misterio?¿Diremos que era un paso necesario sin detenernos ni contemplar el drama de tu sufrimiento asumido libremente por amor?... Pero San Pablo seguirá afirmando: “Cristo murió por nuestros pecados”. Y, también, “nosotros predicamos a Cristo Crucificado”. Y la liturgia seguirá cantando: “Anunciamos tu Muerte, y proclamamos tu Resurrección: Maranatha”. La pregunta es quién quiere acompañarte en la Cruz. La tuya primero. La tuya en los hermanos después.  Quién entra en ti. Quién valora tu paga. “Nos compraste con tu Sangre para ser liberados de la tiranía del adversario”, dice la Sagrada Escritura.


A tu cuerpo de Cordero le arrojamos nuestras maldades. A tus espaldas, a tu frente, a tus venerables manos, a esos tus brazos que abrigaron consolando, a tus rodillas afiebradas, a tus pies peregrinos y mansos... les dimos golpes y llagas. Peor, aún, sobre todo, cubrimos de horror tu alma: “¿Padre, porqué me has abandonado?”, dirás exhausto, abismado, perdido en una horrible lejanía, en una inédita distancia, en una insondable soledad.

Nuestra ignorancia no sabe del alcance del pecado… Eso, lo conoce el cuerpo lacerado de Jesús, y su alma ensanchada por amor, su Conciencia mística, que ve entrar todas las traiciones y abandonos, las indiferencias y cizañas, los crímenes, mentiras, iras, violencias, negligencias...sombras.

Jesucristo no sólo se entrega por nosotros. Muere por nuestros pecados. Es el grano de trigo entrando en la oscuridad de la tierra, partiéndose para dar vida. La Vida sobrenatural. La Vida de las virtudes teologales. La Vida del Espíritu Santo derramado en su Iglesia, en nuestras almas, con sus dones, carismas y frutos… La Vida eterna. La Vida conquistada por la Cruz.

En la Cruz, Dios, en su Hijo Jesús, conoce el sufrimiento y la muerte. Y por la Cruz, Cristo será exaltado a lo más alto, a la derecha de Dios. Por eso es Redentor del género humano, y Salvador del mundo. Desde entonces, el sufrimiento puede ser un momento de lo divino para nosotros.  Una oportunidad de comunión con Dios por Jesús. El  hombre nuevo, el cristiano, es capacitado para amar como Jesús, y para dar testimonio de él con su cruz. Glorificar a Dios amando, y en el mismo dolor no dejar de amar, ni de bendecir al Señor, es propio del testigo de Cristo. Y Cristo, que exalta al humillado, lo confirma con su voz: Padre, quiero que donde Yo esté , este también mi servidor”. “Felices los afligidos, porque serán consolados”, dice el Señor… Es la esperanza de la Cruz.

Jesús entra con Majestad en el combate. Nadie le arrebata la vida. No es un juguete del mal. Él da la vida. Él conduce al enemigo a su derrota.

Maestro y Señor, nos sigue diciendo con alta belleza: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos”.

Porque Él hará nuevas todas las cosas. Sufre, pero va ganando la pulseada… Y María, misteriosamente lo sabe...De pie, ella sigue creyendo. De pie, ella sigue amando. De pie, ella sigue esperando, aguardando una vez más lo imposible.

Cuando Cristo diga: “Todo se ha cumplido”, habrá ganado el Amor… El perdón habrá triunfado. La Paz, y todos los frutos de la Vida Nueva habrán comenzado a nacer, a hacerse don para los hombres.

Porque la Vida habrá penetrado en la muerte. Porque el Amor habrá comenzado a abrir las prisiones, los límites, los calabozos, las ataduras del pecado y de la misma muerte. Porque el Acusador de los hermanos, el Adversario, no tendrá poder alguno contra nuestro Abogado.

“Me amó y se entregó por mí”, dice el apóstol.

Mañana, en el espesor de la noche, la Luz comenzará a manifestar su victoria, la Gloria de la Cruz mostrará su fruto. Recibiremos el Espíritu. El don de la Pascua. La fuerza de la Resurrección. Amén.



El confesor del Papa que conoció al Padre Pío y será Cardenal a los 96 años

El fraile franciscano nació en 1927 en Federación, en la Provincia de Entre Ríos, pero desde hace muchos años se desempeña como confesor en ...