Primera aparición (noviembre de 1911)
A sus cronistas no extraña aquél signo, pues para san Pío de Pietrelcina contemplar el misterio de la Navidad era ver al Niño Jesús a la luz del misterio Pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo.
Segunda aparición (20 de septiembre de 1919)
“Después de ocho años de vida militar, debía continuar los estudios de teología y prepararme para la ordenación sacerdotal. Yo dormía en una celda estrecha, casi enfrente a la número 5, que era del Padre Pío. La noche entre el 19 y 20 (de septiembre de 1919) no podía dormir. Hacia media noche me levanto, asustado. El pasillo estaba sumergido en la oscuridad, rota solo por la luz tenue de un candil de petróleo. Mientras estaba a la puerta para salir, veo pasar al Padre Pío, todo luminoso, con el Niño Jesús en brazos. Avanzaba lentamente murmurando oraciones. Pasa delante de mí, todo radiante de luz, y no advierte mi presencia. Sólo algunos años después he sabido que el 20 de septiembre era el primer aniversario de sus llagas”.
Tercera aparición (24 de diciembre de 1922)
Aquella noche hacía frío y los frailes habían llevado a la sacristía un brasero con fuego. Ella, y otras tres mujeres se quedaron junto al brasero esperando la media noche, para asistir a la Misa que debía celebrar el Padre Pío. Las otras tres mujeres comenzaron a adormecerse, mientras ella seguía rezando el rosario.
En ese momento vio que por la escalera interior de la sacristía, bajaba el Padre Pío y se detuvo junto a la ventana. De improviso, dice, envuelto en un halo de luz apareció el Niño Jesús entre los brazos del Padre Pío… cuyo rostro se volvió todo radiante. Cuando desapareció la visión, el Padre advirtió que Lucía, estaba despierta y lo miraba fijamente, atónita. Se le acercó y le dijo: “Lucía, ¿qué has visto?” Ella respondió: “Padre, he visto todo”. El Padre Pío, entonces, le advirtió con severidad: “No digas nada a nadie”.
La oración al Niño Jesús
“El celeste Niño te conceda experimentar en tu corazón todas las santas emociones que me hizo gozar a mí en la bienaventurada noche, cuando fue colocado en el pobre portal”, dice el santo en una de sus cartas (Epist. I,981).
En los días que precedían a Navidad, el Padre Pío escribía también a sus hijas espirituales invitándoles a orar a Jesús Niño…
“Al comenzar la santa novena en honor del santo Niño Jesús, mi espíritu se ha sentido como renacer a una vida nueva; el corazón se siente demasiado pequeño para contener los bienes del cielo; el alma se siente deshacerse completamente ante la presencia de nuestro Dios, que se ha hecho carne por nosotros.
¿Cómo resignarse a no amarlo cada día con nuevo entusiasmo?
Oh, acerquémonos al Niño Jesús con corazón limpio de culpa, que, de este modo, saborearemos lo dulce y suave que es amarlo” (Epist. II,273).
“Estad muy cerca de la cuna de este gracioso Niño… Si amas las riquezas, aquí encontrarás el oro que los reyes magos le dejaron; si amas el humo de los honores, aquí encontrarás el del incienso; y si amas la delicadeza de los sentidos, sentirás el olor de la mirra, que perfuma por entero la santa gruta.
Sé rica de amor hacia este celeste Niño, respetuosa en la actitud que tomes ante él en la oración, y plenamente dichosa al sentir en ti las santas inspiraciones y los afectos de ser singularmente suya” (Epist. III,346s).
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